jueves, 24 de febrero de 2022

 




Premios Camp del Turia 2020

Seleccionado y publicado en antología

 

Cambio de pareja

 

Cuando los dos príncipes coincidieron en la cantina y se miraron a los ojos, azules como su sangre, sintieron una punzada tan fuerte en sus corazones que decidieron olvidar las presiones de sus respectivos padres y del manual de instrucciones de los cuentos y, de común acuerdo, mandaron a tomar viento al par de princesas dormilonas que les esperaban: una en un castillo, la otra en el bosque.

El par de tórtolos se inscribió en el juzgado como pareja de hecho y fueron felices, aunque no sabemos si llegaron a comer perdices.

María Jesús

 

 

 

 

 

jueves, 17 de febrero de 2022

                                                                          


Un color en cada puesto

 

Desde bien pequeño me acostumbré a buscarme la vida y a no confiar en nadie. De natural solitario y taciturno, pronto encontré un gran placer en recorrer las calles, dirigido por los olores más que por el afán de llegar a ningún lado.

    El mercado de mi barrio se convirtió rápidamente en mi lugar preferido, tal y como para otros lo son las plazas o los parques. Puede decirse que conozco cada aroma y que, cada puesto tiene para mí un color distinto. El azul profundo de la pescadería, el rojo violento de la carne, los verdes y anaranjados revoltosos de la frutería, el canela dorado del colmado…

    Así, paseo entre la gente que parecen asistir a una subasta en cada tienda; sus voces se mezclan con el olor a mil sabores del mercado y se mezclan también sus efluvios personales, más generosos en verano, más tímidos y distantes en invierno. A veces alguien me llama, pero yo, solitario y orgulloso, sigo a mi paso, como un pequeño rey dorado que paseara de incógnito entre sus súbditos

    Mi primera parada siempre es una frutería, aunque nunca cojo nada de ella. Me recuerda, más que cualquier otra tienda, a mi infancia, quizá porque de pequeño jugué a escondidas entre sus cajas de madera amarilla. Aunque ha ido cambiando de manos, si la memoria no me falla, unas cuatro veces en los dos últimos años, el olor siempre es el mismo. Allí, en un alboroto de formas y sabores conviven pimientos de carnes prietas, brillantes cerezas coloradas, dulces juguetes de mi infancia, cuando para mí eran simples canicas de charol. El perfume a azahar de las naranjas que parecen diminutos soles apagados, las lechugas generosas, crujientes y brillantes bajo la luz del fluorescente, berenjenas de luto riguroso con aquel burdo encaje alrededor del cuello, la sencillez de la cebolla, la altiva piña, el humilde cardo…

    Por el puesto de las carnes suelo pasar rápido, casi de puntillas.  Ahogado en ese mar empalagoso de la sangre y de las vísceras, observo las hileras de animales muertos de penetrante olor y carnes rojas, y un escalofrío me recorre el cuerpo pensando en esos seres, en sus vidas y en sus muertes. De pequeño me asustaba, ahora simplemente me parece necesario para el hombre, pero mi instinto de cazador, genéticamente heredado, me hace preferir las piezas vivas.

    Hago un alto en el colmado de ultramarinos, de allí siempre saco algo. El hombre es huraño y viejo como yo, pero algo en nuestros ojos verdes parece hermanarnos y siempre recibo alguna golosina. Una galleta con olor a canela o unas olivas en salmuera. Allí más que en cualquier otro puesto, los olores y colores se amalgaman: rojo, verde plata, dorado del fruto seco, especias amarronadas… me siento como a bordo de un barco, yo, que nunca he salido de mi barrio, un barco con el aroma viejo del café y el sabor alegre de las frutas escarchadas

    Me reservo para el final la tienda de pescados y mariscos, de allí surgen igual que las olas aquellas voces gruesas y estridentes, como de sal marina, que animan a la compra. Es allí donde más me demoro y se me pasan las horas muertas. Miro los olores y huelo los colores azul y plata de los peces, junto al rojo rosáceo del marisco. A veces, mi mirada expectante se tropieza con la de alguno que agoniza, y yo, de sentimiento y paladar fino, giro la cabeza y miro hacia otro lado.

    Al mediodía, si la mañana se ha dado bien, harto ya de dar vueltas, ahíto de olores y sabores y con la panza juiciosamente repleta, salgo y me tumbo sobre la hierba fresca de algún parque o me encaramo a algún terrado y me quedo con los ojos entornados adivinado figuras entre las formas blandas de las nubes.

María Jesús

 

 

 

jueves, 10 de febrero de 2022

 



El buen hábito del ahorro

 

Mi abuela nunca tira nada. Según nos explica, una y otra vez, ya desde niña lo guardaba todo. El papel de los caramelos, las hebras sueltas de las bobinas de hilo, el espiral de las libretas usadas, las flores secas, los cuchillos romos… gracias a ese talante ahorrativo, nos dice, ahora puede presumir de dentadura nueva sin que le haya costado ni un céntimo.

Y, sonríe mi abuela, mostrándonos unos dientecitos desparejos y blancos, como de leche.

María Jesús

 

viernes, 4 de febrero de 2022

 



Receta de invierno

 

Tomaremos un par de pedazos de nieve, bien blanca, y embadurnaremos con ella el azul del cielo y el aire transparente, de enero o febrero a poder ser, seguidamente verteremos los restos sobre la tierra y las plantas y esperaremos que se sequen. Cuando hayan tomado un tono de ocre requemado, procederemos a servirlas bien frías bajo unas buenas botas de piel. Si se quiere se pueden acompañar de una bufanda de lana tejida a mano, lo suficientemente larga, y de unos guantes a juego. Es opcional también, respirar profundamente el aroma gris de alguna chimenea, alimentada previamente con gruesos troncos de algún chopo o castaño.

Y, a refugiarse en un buen invierno.

María Jesús