domingo, 29 de enero de 2023

 




Segundo premio en relato de humor.

Concurso literario Nou Barris, 2016

 

SEPELIO

 

¡Ay, qué pena! … ¿Ya se han ido? Por fin nos dejan solos. Ha costado, pero al fin solos, igual que en la noche de bodas, ¿te acuerdas? Qué te vas a acordar tú, con ese cerebro de mosquito que has tenido siempre. Pero aquella noche, como esta, también tuvo mucho de comedia teatral.

     A ver, déjame que te vea…Sí, el traje gris (lo elegí yo, por supuesto) es el que mejor te quedaba, claro que de donde no hay no se puede sacar. En fin… ¿Qué me dices de las flores?  Desde ahí no la ves, pero mi corona es esa que dice: “A mi querido esposo”, para que luego digas… Mira, rosas rojas y blancas, en realidad berzas y espinacas te tendría que haber puesto, con eso de ser un vegetariano acérrimo, qué hay que ver la de dinero en ambientadores que llevo gastado para eliminar el pestazo a col hervida que había siempre en la casa, ni con la mascarilla puesta al cocinar me libraba de su hedor. Así estabas tú, con esa pinta de lechuga reseca y ese tinte verdoso, que ni siquiera con el maquillaje han conseguido eliminar.

    Nunca fuiste nada del otro mundo (bueno, ahora sí). Fíjate, te sobra medio ataúd, pero no es porque te hayas encogido con la muerte, es que ya eras así. ¡Con la de pretendientes que yo tuve! Todos guapos y bien plantados y fui a quedarme con el peor. Todo por hacer caso de mamá; por cierto, si la ves por ahí le das recuerdos. A papá no, a ése ni agua, o que no se hubiera ido sin despedirse y dejarme colgada a los siete años. Ya sé que dicen que no estaba en sus cabales, pero todo tiene un límite. Pegarse un tiro en la cabeza a las doce en punto del mediodía en pleno centro comercial, no lo excusa ni la locura.  A ver si no hubiera podido encontrar otro modo menos ruidoso de hacer mutis. Mira yo contigo sin ir más lejos, cómo lo preparé todo hasta el último detalle. El cordón convenientemente atado a los extremos de ese escalón y un ligero empujoncito ¡Mucho más delicado, dónde va a parar! Eso es tener clase. Antes de llamar a la ambulancia quité el cordoncito… ¡y listo! ¿Quién iba a sospechar de una pobre viuda desconsolada? Cada vez que me acuerdo, yo entre hipidos y lágrimas mientras mis manos retorcían felices el cordoncillo dentro del bolsillo de mi bata.

     No me gustaría que pensases que fue fruto de un impulso repentino. ¡Qué va! Si supieras cuántas noches estuve a punto de estrangularte, te observaba en silencio completamente desvelada por tus asquerosos ronquidos y me miraba las manos en la oscuridad, pero entonces recordaba la educación que las monjas me dieron: “Una señorita intentará mantener siempre limpias y cuidadas sus manos y sus uñas”, y claro, retenía mis deseos. Porque yo soy una señora y me sé controlar; no cómo tú, degenerado, que eras un degenerado, sobre todo en los primeros años de matrimonio, después no sé si te buscaste a alguien fuera o se te fueron las ganas. Gracias a Dios que aquello no dio fruto y nunca tuvimos hijos, solo me hubiera faltado tener pequeños repollos apestando la casa.

     Estaba harta de tus críticas a mi estilo de vida ¿Qué era raro cambiar el jabón del lavabo cinco veces al día? ¿Qué era extraño mi gusto por el orden, o que las sillas estuvieran siempre bien alineadas y la hierba del jardín midiera exactamente cuatro centímetros? ¿Era extravagante mi deseo de llevar siempre faldas plisadas con solo doce pliegues o el tener siete zapatillas una para cada habitación de la casa? Y ¿qué?  ¿Me metía yo con tus rarezas?  Esas que fueron creciendo sobre todo desde que te jubilaste y tuviste más tiempo libre.

 Esa sucia costumbre de tomar una cerveza cada tarde en la terraza, esa obsesión idiota por leer un libro nuevo cada mes, ese ducharte solamente una vez al día, por no hablar de tus asquerosas verduras: ¡Eres una maniática igual que tu padre!, me decías. Solo yo sé lo que tuve que aguantar.

     Pero lo peor, lo que de verdad me hería profundamente, era tu desprecio por mi colección de sellos. Eso fue la gota que colmó el vaso ¿Qué daño te hacía yo? Aquel día que dijiste que me los ibas a quemar firmaste tu sentencia de muerte. Una colección tan hermosa, que yo cuidaba desde niña. Mi padre me regaló el primer sello cuando cumplí los cuatro años. Tú solías burlarte porque me pasaba las horas muertas mirándola una y otra vez y porque no había comprado un solo sello más desde los siete años. ¿Dejaba por eso de ser una colección? Nunca entendiste que las cosas realmente importantes de la vida suceden siempre en la niñez. Estúpido.

     Parece que ya vuelven… tengo que recomponerme, o mejor dicho, descomponerme. Me echaré el colirio y estrujaré el pañuelo… ¡Ay, qué pena!

María Jesús

 

 

viernes, 20 de enero de 2023

 




Negocio nocturno

 

A fin de cuentas, bien mirado, esto del insomnio no es tan mala cosa.

Con lo que llevo acumulado por la venta de la lana de mis ovejas, que cada noche son más, calculo que en un par de años me podré retirar y vivir de renta.

Luego ya tendré tiempo para hacer esa cura de sueño de la que tanto me hablan.

María Jesús

 

 

martes, 10 de enero de 2023

 






 

Se posó el poema

 

Se posó el poema

como un ave leve

sobre el borde azul

del corazón

—dormido―

Se posó el poema

como breve brisa

sobre la afilada sombra

de la vieja herida

Se posó el poema ...

                                                   María Jesús