martes, 28 de febrero de 2023

 




Crepúsculo

 

Sobre el rojizo puente

desprevenida camina,

de vuelta a casa,

la luz del día

al otro extremo,

estrella en mano,

la noche espera

                                          María Jesús

 

sábado, 18 de febrero de 2023

 



   



Seleccionado en Certamen Javier Tomeo

Publicado en «Compromiso y cultura», abril 2020

 

 

Revolución

 

  ―¡Compañeros! ha llegado el momento de que el pueblo tome el poder ¿estamos todos de acuerdo?

   Un rugido ensordecedor impregnó el viciado aire de la tarde.

   ―¡Viva la libertad! ―gritaban, mientras de un rincón a otro se iba extendiendo la euforia.

   ―Queda instaurada la república popular de las cartas ―proclamó subida al tapete la sota de bastos dándole la mano a un emocionado as de espadas.

   El siete de copas montó sobre su borde a un pequeño tres de oros para que no se perdiera aquel momento histórico.

   El único rey que quedaba y su esposa marcharon camino del exilio, más allá de la redonda mesa de juegos.

 Esparcidas por la verde superficie, se veían las cabezas recortadas de los demás nobles que no admitieron la derrota

   ―¡Viva la libertad!  ―volvieron a vocear los exsúbditos.

   Desde el interior del estuche de cartón, el comodín, escéptico, sonreía.

María Jesús

 

 

 

 

miércoles, 8 de febrero de 2023

 


                                                            


 

Escalera de corazones

 

―Esto no lo podíamos permitir por más tiempo, que en esta casa vivimos personas decentes ―dijo la del ático y apoyando las manos en las poderosas caderas, remató―.   Hemos hecho bien echándola, claro que sí.

    ―No sé, señora Paquita ―dudó la del cuarto, que era viuda desde hacía muchos años―. Ella es tan joven y no se la veía mala chica… Y la niña ¡Pobre criatura! ¿Dónde irá a parar? Porque familia, parece que no tenía, o igual viven fuera. Desde luego lo que es por la escalera no aparecían nunca ―la voz, como de caldo aguado, hacía juego con su físico anodino.

    ―¡Joven, joven! Esas cosas ya se llevan dentro, señora Antonia, que es usted muy inocente ―replicó la señora Paquita y levantando una mano, cargada de anillos de bisutería cara, continuó―: Una golfa es lo que era, que hay otras maneras de ganarse la vida… Y por la cría, no hay que preocuparse, que ya la recogerán los del Ayuntamiento, que para eso pagamos los impuestos.

    ―Sí, claro… no, en la calle no se quedará… Seguro… ―dijo la viuda cruzando los brazos sobre el escuálido pecho y de pronto, como recordando algo, siguió―: Ahora que me acuerdo, tengo en casa un pijamita de la niña que se le cayó a la madre el otro día al tender ¿Qué hago con él? ―preguntó indecisa.

    ―Pasa que si no nos movemos como hemos hecho y avisamos… ¡Pues vaya fama que empezaba a tener ya el portal…! Luego se piensa que todo el monte es orégano. ―Ángeles, la del tercero, soltera y virgen, que ya no cumpliría los setenta, ni la había escuchado.

    ―Sí, que aquí venga a traer hombres ―asintió la señora Paquita― ¡Y a qué horas! Y luego ni los recibos al día, que dice el de la gestoría que debía no sé cuánto de alquiler. En vicio se le iría todo.

    ―¡La muy pu…! ―La soltera se tapó la boca con la mano.

    ―Bueno ―repuso la señora Antonia meneando la cabeza―, pero educada sí era y si te veía cargada con bolsas siempre se ofrecía a ayudarte… ―y continuó con un tizne de tristeza en la voz―, y a la niña la llevaba siempre muy limpia y arreglada.

    ―¡Ay, señora Antonia! ―Le apretó el brazo Ángeles mientras se le estiraban los labios como una serpentina rosada―, a lo mejor la ayudaba para ver si podía robarle algo de la bolsa… de esa gentuza no hay que fiarse ―remachó con malicia.

    ―Nada, nada, nosotras bien tranquilas ―volvió a repetir la señora Paquita mientras sus rizos de peluquería de barrio asentían vigorosamente una y otra vez―. Y ¿saben qué les digo? ―continuó con voz firme― Que si le quitan a la niña, mejor, que para tener una madre así…

    Sus palabras quedaron un instante dando vueltas en el aire como si no supieran dónde acomodarse. Al poco Ángeles consultó un reloj diminuto y anticuado que le aprisionaba la muñeca.

    ―¡Qué tarde se ha hecho! ―exclamó―. Me voy que va a empezar la novela ¿ustedes no la ven?

    ―Yo es que como tengo que recoger al nieto ―se excusó la señora Antonia.

    ―Pues lo que es yo no me pierdo ni un capítulo ―casi la riñó la señora Paquita con cierta envidia. Ella apenas veía a su único nieto, porque su hijo y su nuera llevaban años separados y la chica vivía en otra ciudad con el niño.

    ―…trata de una chica muy buena e inocente…y con un tipo y unos ojos azules…―empezó a explicar Ángeles con devoción casi maternal.

    ―Sí, muy guapa ―atajó la del ático impaciente, volviendo a tomar las riendas―. Pues deja el pueblo porque quiere ser actriz y se va a trabajar a la ciudad y se enamora de un hombre que la abandona cuando se queda embarazada.

    ―Los hombres ya se sabe… Todos iguales. ―Ángeles lanzó un suspiro de castidad mientras cruzaba las manos sobre su vientre enjuto.

    La señora Paquita le dirigió una media sonrisa burlona y continuó:

    ―La pobre, como está sola, porque tiene a la familia en el pueblo y no saben nada de lo que le pasa porque, claro, ella no lo ha querido explicar para que no sufran, pues para sacar al niño adelante…

    ―Se ha tenido que poner en un club de esos… Ya me entiende…  ―intervino de corrido Ángeles mientras un conato de rubor amenazaba con alegrarle las mejillas.

    ―Y una del bar que es una víbora y le tiene envidia la ha denunciado y ―continuó la señora Paquita casi sin respirar―, y ahora van y le quitan al niño ¿Usted cree que hay justicia, señora Antonia?

     ―Tan lindo como es que parece un niño Jesús y tan arregladito que lo lleva siempre ¡Qué lástima de criatura! ―suspiró con ternura Ángeles.

    ―Y la chica lo pasa fatal porque claro, de momento, no puede ver a su hijo ¡Qué es su vida! Ya sabe usted lo que duelen los hijos, señora Antonia ―dijo con voz humedecida la señora Paquita.

    La viuda asintió varias veces con la cabeza en actitud comprensiva.

    ―¡Lo que sufre la pobre! ―terminó la soltera colocando una mano de engarfiados dedos sobre el brazo de la viuda, como buscando apoyo.

    ―Si es que… luego decimos, Ángeles, pero lo cierto es que hay personas muy malas, sin sentimientos ―confirmó la señora Antonia que había absorbido cada detalle con deleite poniendo cara de mártir.

    ―Lleva usted razón señora Antonia ¡Señor, lo mala que puede llegar a ser la gente! ―asintió la señora Paquita alzando los ojos al cielo como si esperara ver bajar al Espíritu santo en persona.

    ―Vamos subiendo ¿no? ―apremió Ángeles pulsando el botón del ascensor.

    ―Bueno, y con el pijama de la niña ―recordó la señora Antonia― ¿qué hago?

     ―Pues lo tira usted a la basura, ¿Qué va a hacer con eso? ―respondió Ángeles despectiva alzando unas cejas finas como horquillas doradas.

   ―O lo lleva usted a la parroquia ―sugirió la señora Paquita― que alguien lo aprovechará, con la de necesidad que hay en el mundo. ―Les lanzó una mirada de reconvención―. Que hay que pensar en el prójimo, mujer.

 Y ante las miradas de aprobación de sus vecinas, se cruzó la bata sobre el pecho, como protegiendo su gran corazón.

María Jesús