jueves, 30 de marzo de 2023

 



En la mitad del camino

 

En la mitad del camino,

en medio de la alta mar,

vamos achicando sueños

para que entre la realidad

dejamos caer al agua,

alguna que otra esperanza,

alguna que otra ilusión

que no nos deja avanzar

En la mitad del camino

lejos ya de aquella orilla

que nos ha visto marchar

 y aún más lejos de la otra

que nos ha de ver llegar

María Jesús

 

 

martes, 21 de marzo de 2023

 



Publicado en la Revista Almiar

 

El sueño de Max

 

Max, tumbado sobre la vieja alfombra con el hocico apoyado entre sus reumáticas patas, se despertó sobresaltado.

Otra vez aquel dichoso sueño, suspiró.

Max soñaba a menudo con alguien muy semejante a él, pero mucho más joven. Ese animal corría libre y feliz —sin collar ni cadena— por entre bosques de frondosos aromas. De repente, una niña regordeta y con dos tiesas trenzas rubias, se abalanzaba sobre él y lo cogía en brazos. Luego lo aturdía con palabras pegajosas e incomprensibles, y lo besuqueaba, llenándolo de finas babas.

Después, así, apretujándolo contra su pecho, recorrían un buen trecho hasta que, por fin, la regordeta, sin dejar de estrujarlo, chillaba:

—¡Abuelita, abuelita, mira lo que te traigo!

A partir de ahí, todo se le hacía confuso y perdía la noción del tiempo. De esos espacios en blanco solo podía rescatar breves picotazos de luz. Castigos y órdenes mezclados con palabras dulces y golosinas.

Con el paso de los años, Max se había acostumbrado a aquel sueño repetitivo e inquietante, pero seguía sin saber por qué, cuando despertaba de él, le entraban aquellas ganas feroces de atacar cualquier caperuza roja que se cruzara en su camino.

María Jesús

 

viernes, 10 de marzo de 2023

 


Albor violeta

 

Entró con paso calmo en los grandes almacenes. Una vez dentro titubeó, dudó y miró a izquierda y derecha, aunque no buscaba a nadie.

    Se le inundaron los ojos de gente desconocida que iba y venía rozándola sin mirarla.

    Suspiró hondo y hundió las manos en los bolsillos del abrigo negro. Un paso al frente. Los olores a cremas y perfumes conducían certeramente a la sección de cosmética.

    De pronto los colores: rosas, naranjas, malvas, rojos y marrones la tomaron al asalto, ¡hacía tanto tiempo que todo lo veía gris, apagado, sin matices! cuidadosamente tomó la muestra violeta y se pintó una línea en el dorso de la mano.

    Apareció, como surgida de la nada o como si fuera parte del aire perfumado, una joven sonriente; vestía el uniforme, falda oscura y blusa de rayas, de los grandes almacenes.

    ―Es el color de moda: Albor violeta, nos ha llegado nuevo esta semana ―explicó.

    No podía mirarla a los ojos, la mano de la línea violeta temblaba un poco.

    La joven insistió:

    ―Yo creo que es su color —dijo, y la observó con mirada profesional— A las rubias de piel tan blanca, el violeta les queda fenomenal ―ánimo con voz convincente.

    Ella esbozó una sonrisa, miró la etiqueta del precio y sin vacilar, sacó el dinero del monedero y lo pagó. Mientras la dependienta le guardaba el lápiz en una diminuta bolsa de plástico, preguntó por los lavabos.

    ―En la primera planta ―respondió la joven, y dándole mecánicamente las gracias por la compra, se alejó tan rápidamente como había llegado.

    Primera planta: lavabos, espejos... la imagen, desconocida casi, la miraba como a una extraña. Arrugas pequeñitas alrededor de la boca y de los ojos, profundas ojeras violáceas circundando una mirada excesivamente brillante.

    Demasiado dolor en poco tiempo. Cinco meses de soledad y de llanto, de desespero… cinco meses sin apenas pisar la calle, intentando olvidar aquellas palabras que se le clavaron como pequeños puñales en el centro de su alma, paralizando todos sus sentidos. «La noticia», se dijo mentalmente. Aún sentía en su interior la voz ―compasiva, pero distante―  de un agente que le comunicaba que lamentaba tener que darle aquella noticia, pero que Jorge Sánchez Valente, su marido, había muerto en un accidente de coche, aquella mañana.

Cinco meses para alejar los recuerdos de diez años de vida compartida. Cinco meses para dejar de sufrir, para dejar de sentir.

    Hoy, por fin, una tibia tregua para su corazón herido. Un guiño de la esperanza, no sabía cómo ni en qué momento, la habían hecho salir a la calle. Una voz añorada le había susurrado en silencio: «Qué guapa estás cuando te pintas los labios».

    La mujer sacó de la bolsita, ridícula y casi transparente, la barra de carmín, que temblaba entre sus manos inseguras. Se entreabrieron los labios, pálidos y resecos y, poco a poco, como entra el sol en una estancia, al ir entreabriendo lentamente una ventana, la luz volvió a ellos.

    Salió con paso ligero de los grandes almacenes. Las manos, sosegadas, se abrocharon el abrigo. Hacía frío, pero la vida, disfrazada de violeta, empezaba, de nuevo, su camino.

María Jesús