sábado, 29 de abril de 2023

 



Magia

 

Hay un segundo mágico en la vida

en que te sientes capaz de cualquier cosa:

Subir por la escalera

de la luna,

Ahogarte sin prisas

en una sonrisa,

Jugar al escondite

con las penas,

Hallar en el pajar

la aguja,

Rozar con los dedos

el silencio,

Viajar sin billete

al centro de la tierra,

Masticar lentamente

los colores,

Hacer punta

a la esperanza,

Buscarle las cosquillas

a la risa,

Leer cartas invisibles,

Gatear sin peligro

por las nubes,

Mecer entre los brazos

un suspiro,

Mirarte fijamente

al corazón

Hay un segundo mágico en la vida

en que te sientes capaz de cualquier cosa

María Jesús

 

 

 

miércoles, 19 de abril de 2023

 




Publicado en la Revista Almiar

 

Evaristo (El sueño de los justos)

  

Como Dios en su séptimo día: cansado, pero satisfecho de su labor. Así se sentía Evaristo cada tarde al salir del trabajo.

Antes de llegar a la pensión, con nombre de mujer y olor de cocido, daba un paseo por el puerto y aspiraba el olor a salitre y a horizonte. A veces, compraba pan y se lo echaba, sin prisa, a las palomas.

   Después, subía Rambla arriba, cenaba, cepillaba minuciosamente su uniforme, sacaba brillo a la hebilla del cinturón y, lustraba sus botas negras con un esmero que rayaba la ternura; luego, se acostaba.

Y, como los ángeles, dormía santamente, acunado por los gritos desgarrados que habían ido dejando en su inconsciente, aquellos a los que durante el día había ido torturado.

María Jesús

 

lunes, 10 de abril de 2023

 



Creo que fue amor

 

Tras los cristales, tenuemente llovía.

―Creo fue amor ―afirmó la libreta de piel oscura.

―Y tú ¿qué sabes? ¿acaso te lo han dicho ellos? ―preguntó malhumorado el libro horizontal del tercer estante.

―Acaso ¿te han dicho a ti lo contrario? ―preguntó, burlón, el sacapuntas.

―¡Cómo sois! ―intervino, alzando la voz, la carpeta gruesa del rincón― Dejadla que se explique, a ver, ¿en qué te basas, libreta?

―Pues me baso... me baso... en cómo se miraron ―la libreta tartamudeó―. Él la miró de una manera especial.

―¿Cómo? ¿cómo? ―el libro de lengua se exaltó, enrojeciendo.

―No sé... como si todo a su alrededor... ―titubeó la libreta.

―Como si todo a su alrededor se hubiera borrado ¿verdad? ―intervino, con dulzura, la goma rosa.

―Sí, algo así ―convino la libreta.

―Debes de ser más precisa ―el libro de «mates» se ajustó el lomo con decisión.

―Bueno, yo no entiendo mucho de qué va esto, si pudierais explicármelo desde el principio ―se quejó, desde un extremo de la mesa, el diccionario de inglés.

La libreta de piel oscura comenzó:

―Verás, fue la otra tarde. Estaban en el comedor de la casa de él, se habían sentados juntos y hacían los deberes...

―¡Ay, qué romántico! ―suspiró un viejo libro de poemas desde un estante.

―¡Calla! ―le susurró, dándole un codazo, la muñeca de porcelana que estaba a su lado.

―Hacían los deberes y de vez en cuando sus cabezas se rozaban...

Un profundo suspiro del flexo molestó a la agenda:

―¡Oye, tú! mira lo que haces, que me pasas las hojas...

―Perdón, ha sido sin querer —se disculpó el flexo, pero poco a poco se fue encendiendo— Aunque ¡hay que ver cómo te pones por nada!

―Va, venga, continúa ―la regla, enérgica, golpeó la mesa.

―Bueno, sus cabezas se rozaban y entonces, de pronto, me caí al suelo…

―¿Te hiciste daño? ―preguntó solícita la goma blanca, que no perdía detalle― Cuando yo me caigo, bueno, mejor dicho, cuando me tiran...

―¡No acabaremos nunca! Esto será más largo que El Quijote ―refunfuñó el sacapuntas.

―¡Pardiez, malandrín! Un poco de respeto ―gritó el aludido desde el último estante mientras se sacudía el polvo.

La libreta de piel oscura siguió pacientemente:

―No, no me hice daño, solo me caí y, entonces ellos se agacharon al mismo tiempo para recogerme —siguió de corrido— y en ese instante se juntaron sus manos, y ella se puso roja, roja como...

―¿Cómo yo? ―dijo con timidez el «boli» encarnado, asomando por entre la cremallera entreabierta del pequeño estuche naranja.

―Algo así ―concedió la libreta―. Él sonrió sin dejar de mirarla y estuvieron mucho rato sin apartar las manos uno de otro, rozándolas.

―¿Cuánto rato? ¿una hora? ¿un mes? ―el reloj de pared que escuchaba, bostezando de vez en cuando, intervino muy serio.

―¡Cómo va a ser un mes! ¡Exagerado! ―exclamó una de las margaritas del jarrón de la mesita.

―No sé cuánto tiempo, un rato, más de lo normal, eso seguro ―respondió la libreta un poco molesta.

Se hizo un silencio un poco largo.

―Y ¿eso es todo? ―preguntó por fin el rotulador amarillo con su voz chillona.

Se respiraba un aire de desencanto, discretas toses fueron surgiendo desde distintos puntos de la habitación.

―¿Os parece poco? Eso fue amor, seguro ―insistió, convencida, la libreta de piel oscura mientras miraba a su alrededor, soñadora y desafiante.

Tras los cristales la lluvia seguía cayendo.

María Jesús