De malva el ocaso
De
malva el ocaso,
de
malva y oro.
La
noche se despereza,
mi mirada
se pasea
por
esa estrella temprana
¡Tan
lejana!
María
Jesús
Los
tiempos cambian, los hábitos permanecen
…Claro para ti todo es muy fácil, tú ahí, que
ni sientes ni padeces, bueno, sí, ya sé que padeciste lo tuyo, pero ya ha
llovido mucho desde entonces. Dos mil años han pasado, que se dice pronto… y
anda que no han cambiado los tiempos… Espera que encienda un cirio, así el
personal se anima y encienden otros; esto es como lo de los mendigos, que ellos
ponen la primera moneda de su mano y, sino, fíjate en el de la puerta: rumano o
boliviano o qué sé yo, que ya he perdido la cuenta de los países que se nos han
metido aquí, con lo bien delimitadito que lo teníamos todo antes… ¡Tu padre sea
alabado! por ahí viene doña Obdulia, la vieja esa tan pesada. Voy a hacerme el
ocupado antes de que me pille… digo yo que también le podría haber dado por la
fe musulmana o por la de los budistas esos que están tan de moda… perdona, no
es que te quiera quitar almas, es que a esta mujer no hay cristiano que la
aguante. Cada día a confesar y a oír misa, que para mí que los pecados se los
inventa, ¡Si no le da tiempo! Ayer, sin ir más lejos, después de tenerme tres
cuartos de hora en el confesionario intentando recordar ―«No desespere, padre,
que alguno saldrá»― va y me dice que ha cometido pecado de negligencia porque
se le pegaron las lentejas mientras hablaba con la vecina. Y a ver qué
penitencia le impongo. Penitencia la mía, que ésta viene aquí como quien va al
casino; cualquier día, cuando yo diga lo del «cuerpo de Cristo», ella dirá:
¡Bingo! en lugar de amén.
Pero a ti no te puedo engañar,
tú ya sabes que la que de verdad me preocupa, la que me trae por la calle de la
amargura, es la otra, la de la limpieza. Esa sí que si no fuera porque voy
teniendo una edad, y los placeres de la carne ya poco me mortifican, pues me
veía con el cilicio como en aquellos gloriosos tiempos de orden y control;
porque a ver, vale que la de Cáritas me traiga chicas en situaciones
desesperadas, que ya sabemos que los tiempos están muy malos y aquí debemos
practicar la caridad cristiana, pero esta rusa, que no habla ni una palabra de
español y que, eso sí, sonríe mucho y ¡fuma!, a escondidas, pero fuma, que por
más incienso que le eche a la sacristía, el olorcillo me deja los hábitos como
si fueran las cortinas de un bar de alterne y luego, cuando digo la misa, los
monaguillos, ¡vaya dos diablos! con perdón, se ríen y se guiñan el ojo, que yo
sé que piensan que el tabaco es mío y yo, otros sí, pero ese vicio no lo he tenido nunca, que tú lo
sabes…¡Uf! ¡Qué se acerca la pecadora de las lentejas otra vez…! A ver qué hago
para que no me enganche… voy a arreglarte las flores, están un poco secas, pero
te tienen que aguantar hasta el jueves, que aquí también llegan los recortes
¡Qué tiempos, Señor, qué tiempos! Pues como te iba diciendo, esta rusa: Verana
o Betsana ―un nombre que cualquiera sabe de dónde lo han sacado esos bárbaros
de las estepas― claro, que ¿qué se puede esperar de los comunistas? Ya sé, ya
sé que ahora son como nosotros, al menos por fuera se parecen, pero quién tuvo
y retuvo… Bueno, a lo que iba, no quiero ser mal pensado, tú padre me libre de
ello, pero esa mujer va con esa falda tan corta y esos tacones tan altos y
luego esos labios que parecen rodajas de sobrasada siempre entreabiertos… pues
yo creo, de mí para ti, que es una pecadora, bueno, una prostituta, una
grandísima puta ¡Vaya! y perdóname la blasfemia, pero las cosas claras y el
chocolate espeso, que decía el padre Gregorio, que supongo que andará por ahí
disfrutando de la gloria y tocando la cítara,
aunque si sigue con el mismo oído para la música que tenía en la tierra
no vais a ganar para algodones… en fin, que yo ya tengo unos añitos, pero
¡hombre! esos contoneos cuando limpia los cálices y le saca el polvo a los
libros de los salmos hacen que se remueva lo que no se tiene que remover, tú ya
me entiendes, que también fuiste hombre, divino, pero hombre, aunque ahora que
lo pienso: tú, voto de castidad, no hiciste ¿no?
María Jesús