Buscando
piso
La
señora Antonia tenía ya una edad, casi dos, si somos justos. Desde hacía unos
meses el corazón le iba más despacio y le costaba un mundo caminar, pero eso no
era un obstáculo para que cada domingo por la tarde, después de comer acudiera puntual
a su cita. Cogía el autobús, bajaba en su destino y recorría cautelosa e
interesada aquellas anchas calles, sacaba su cinta métrica y medía y anotaba.
En tiempos la mujer había sido modista y, aún tenía buen ojo para los anchos y
los bajos. A veces, observaba las flores, algunas más secas que otras, y
también anotaba su nombre y sus colores. De vez en cuando alzaba la vista al
cielo y asentía satisfecha de sí misma.
Tenía
ya casi decidido el lugar y la altura que quería. Un tercero estaría bien, que
hiciera esquina, así tendría mejor vista. Pensaba que estas cosas no se podían
dejar para después. La señora Antonia era soltera, sin hijos y con poca
familia, así que a aquella sobrina medio tonta, que se ocuparía de todo en su
momento, habría que dejarle las cosas bien mascadas.
A
fin de cuentas, elegir bien la última morada, no era moco de pavo, o eso le
parecía a ella.
María Jesús