viernes, 29 de marzo de 2024

 



"Las costureras", Fernando Botero

Buscando piso

La señora Antonia tenía ya una edad, casi dos, si somos justos. Desde hacía unos meses el corazón le iba más despacio y le costaba un mundo caminar, pero eso no era un obstáculo para que cada domingo por la tarde, después de comer acudiera puntual a su cita. Cogía el autobús, bajaba en su destino y recorría cautelosa e interesada aquellas anchas calles, sacaba su cinta métrica y medía y anotaba. En tiempos la mujer había sido modista y, aún tenía buen ojo para los anchos y los bajos. A veces, observaba las flores, algunas más secas que otras, y también anotaba su nombre y sus colores. De vez en cuando alzaba la vista al cielo y asentía satisfecha de sí misma.

Tenía ya casi decidido el lugar y la altura que quería. Un tercero estaría bien, que hiciera esquina, así tendría mejor vista. Pensaba que estas cosas no se podían dejar para después. La señora Antonia era soltera, sin hijos y con poca familia, así que a aquella sobrina medio tonta, que se ocuparía de todo en su momento, habría que dejarle las cosas bien mascadas.

A fin de cuentas, elegir bien la última morada, no era moco de pavo, o eso le parecía a ella.

María Jesús

 

 

 

jueves, 21 de marzo de 2024

 




Aquel verano

 

Aquel fue un verano global e igualitario que no respetó latitudes ni hemisferios. Cuentan que se alcanzaron los 70 grados en diversos puntos del planeta, y que en ninguno de aquellos noventa días bajaron los termómetros de 50 grados en la sombra.

La gente se atrincheró en sus casas, medio encueros, con bidones de agua —los que la tenían— al lado, pegados al escaso frío de las piedras o los azulejos, y echando mano de toda clase de artilugios para rebajar aquel calor, que según dicen, se podía cortar en gruesas y crujientes rebanadas.

Las personas dejaron de asistir a sus puestos de trabajo por riesgo a exponer sus vidas y morir deshechos en el intento de lograrlo.

Pronto las calles de las ciudades y los campos estuvieron llenas de cadáveres de toda clase de pájaros: palomas, gorriones, abubillas, golondrinas… que caían de sus nidos con el pico abierto y las alas cerradas. Por las noches, cuando la temperatura bajaba unos grados, un esforzado equipo de voluntarios salían en bañador a recogerlos y enterrarlos.

Cuentan que el aire de aquel verano olía a flores muertas, árboles resecos y sudor humano. El sol tomó la tierra y la estrujó entre sus rayos.

También dicen que, por una vez todos los países del mundo se unieron perezosamente en el acto de no hacer nada, más que vivir e intentar dejar pasar las horas buscando el fresco de las piedras y, el alivio de las conversaciones ligeras.

No fue un buen verano, eso cuentan siempre los que lo vivieron, pero, aunque hubo muertes naturales, al parecer, durante esos cálidos noventa días, no se declaró ni una sola guerra o reyerta en todo el planeta, no hubo un solo robo, asesinato o acto violento entre la población.

El calor amansó, por fin, a las fieras.

 

María Jesús

 

domingo, 10 de marzo de 2024

 




Pequeña crónica de una muerte anunciada

 

Sobre el rojizo puente

desprevenida camina,

—de vuelta a casa—

la luz del día

Al otro extremo

espera

—estrella en mano—

la noche oscura

María Jesús

 

viernes, 1 de marzo de 2024

 




Huellas

 

«La belleza es verdad y la verdad belleza.

Nada más se sabe en esta tierra

y nada más nos hace falta conocer» (Keats)

 

I

Quieren atrapar la belleza del instante, o la alegría de la sorpresa, o tal vez enmarcar al tiempo. Encerrar en una cartulina de colores la vida, como el coleccionista que prende a una mariposa con un alfiler y la coloca en un álbum. Pero todos sabemos que, cuando vuelves a ella, ya no es lo mismo, nunca es lo mismo. Nadie ha aprendido aún cómo guardar una sensación entre cuatro colores y un papel. Y quizá, sea mejor así. El instante se desvanece al rozar el aire y ya no vuelve jamás, esa es la magia.

 

II

Se rozan, sin pensar, los cuerpos. Las miradas se posan al mismo tiempo en el mismo lugar; durante unas horas compartimos el arte, el espacio, la historia, andamos por los mismos pasillos mil veces paseados y se nos encoge el corazón ante el cuadro tantas veces admirado desde lejos. Armados con el plano y la cámara sin flahs pasamos ante los torpes detectores de metal, incapaces de notar que cada uno de nosotros ha robado un reflejo de belleza, que lleva oculto en el recuerdo.

 

III

Tropiezo y apoyo delicadamente mi mano en la columna de mármol. Más de dos mil años en pie, firme testigo del paso de la historia: imperios, guerras, luces y sombras. Busco con dedos expertos el corazón que late bajo la piedra y la veo a ella. Una mujer igual que yo, aunque su idioma, sus recuerdos, su tiempo y sus secretos fueran otros. Una mujer que tropieza y busca el apoyo en esta columna de mármol. Atravesando más de dos mil años, sus huellas y las mías se mezclan en la tierra, aquí y ahora.

María Jesús