jueves, 23 de diciembre de 2021

 



Crecimiento

 

Se aburrían los colores. Rígidamente puestos en fila, apretados unos contra otros. El cálido naranja junto al fogoso encarnado y a su lado, siempre serios, el marrón oscuro y el negro.

    Se aburrían los colores entre las dos paredes del estuche viejo, rozándose, desde los pies redondeados a la afilada cabeza.

    El pálido blanco, junto al bullicioso amarillo y el aburrido rosa. No tenían de qué hablar, no podían explicar historias. Las anécdotas pequeñitas que les llenaban la vida, siempre bajo la presión, agradablemente fuerte, de los dedos del muchacho. Las sacudidas nerviosas, las caídas y las rápidas recogidas en vilo. No podían comentar el placer de rellenar los huecos del papel, la alegría de llenar imágenes desconocidas, de dar luz a los dibujos...

    No podían explicarse la apasionante aventura del olvido ―por unas horas o unos días― en otro estuche diferente.

    No, ya no podían, y miraban de soslayo, con rabia y con envidia, al meticuloso monstruo de dos patas que se alzaba, cual anquilosada bailarina, girando sobre el papel; el compás nuevo ―tan frío y engreído― que poseía, para él solo, un acristalado estuche enmoquetado de azul, y que era, ahora, el dueño de la cálida ilusión de los dedos del muchacho.

    Aquellos tiernos dedos que habían crecido y huían ya del mundo colorido de la infancia, aferrando con inocente orgullo el juguete de metal.

María Jesús

 

 

 

jueves, 16 de diciembre de 2021

 



Se busca

 

Se busca

se gana

se gasta

se tiene

se da

se pierde

se encuentra

se toma

se alarga

se acorta

se roba

se engaña

se mata

se muere

                           ... el tiempo

María Jesús

 

 

 

 

jueves, 9 de diciembre de 2021

 



Manzanas

 

A menudo me pregunto qué hubiera sido del mundo sin manzanas.

Imaginemos por un momento que lo que le dio Eva a Adán fue un higo chumbo, y que Adán se pinchó con él y desistió de morderlo. Otro gallo le hubiera cantado a la humanidad.

Imaginemos también que la fruta que uso Paris para elegir a la más bella hubiera sido un melón ¿se hubieran ofendido tanto las otras dos diosas, o se habrían puesto a reír como locuelas echando a perder la guerra y sus míticas leyendas?

Y si la fruta a la que disparaba el gran Guillermo hubiera sido un níspero reseco y peleón ¿Habría llegado su fama hasta nuestros días? Quizá Suiza, huérfana de su héroe, se tendría que haber espabilado y tomar partido en la historia.

Pensemos por un momento en que lo que recogió Newton del suelo no fue más que una cereza. Tal vez, ante tanta pequeñez, no se le hubiera ocurrido otra cosa que comérsela y lanzar el hueso luego. Con suerte y, el tiempo apropiado, a lo mejor un cerezo nuevo hubiera ocupado la genial teoría del sabio.

Y, por último, pero no menos importante ¿Qué hubiera pasado si la cándida Blancanieves hubiera mordido una naranja? la cual, obviamente, hubiera tenido que pelar antes de comer y, a poco que la chica se fijara, se habría percatado de que en aquel olor que despedía la fruta había algo raro y la hubiera tirado a la basura y ya, nunca jamás, hubiera caído dormida/muerta. Seguramente se habría quedado de ama y señora de la cabaña, con sus siete hombres pequeños trabajando para ella en las minas, atentos siempre al menor de sus deseos. Claro que, el príncipe aburrido y sin tarea, hubiera tenido que emigrar hacia otras tierras con sus besos despertadores a cuestas.

María Jesús

 

 

 

 

viernes, 3 de diciembre de 2021

 





Finalista en el 21ª edició Premi Relats en femení

del Centre cultural Sagrada Familía

 

Cuando todo acabe

Cada mañana, Elvira, al levantarse hace los suaves estiramientos que le recomendó la doctora. No es que ella tenga mucha fe en que con esos cuatro movimientos se le vayan a espabilar los huesos, pero por no mentir cuando va a la consulta de aquella jovencita de ojos grandes y mirada seria, los hace cada día. Cuando oye el tercer crujido, se detiene, como si fuera el timbre de un teatro. Hasta aquí, se dice aliviada. Luego va al baño y se asea, en los últimos tiempos, desde que todo empezó, hasta se pone un poquito de colonia, de esa fresquita que huele a flores, que le regalaron en la tienda. Después desayuna, su café con leche, sagrado, se ponga cómo se ponga la de los ojos grandes, y unas galletas redondas, que tienen avena, o eso dicen, porque ella se fía poco de los anuncios, también dicen que sirve para el tránsito intestinal, vamos, el ir de cuerpo de toda la vida, sonríe Elvira siempre que lo lee.

Mientras friega los cuatro cacharros que ha utilizado, ya empieza a sentirse nerviosa, esa inquietud alegre de cuando se espera algo bueno e inmediato, y que hace tanto tiempo que no sentía. Ordena apresuradamente, con manos más torpes de lo habitual, la casa, aunque, la verdad, en aquel piso diminuto poco espacio hay para el desorden, y, después ya, liberada del quehacer diario, se acerca ligera a la ventana del comedor y la abre de par en par, como dándole paso al sol.

Sus ojos parecen agrandarse intentando captar el mundo exterior, que desde que todo empezó, se encierra en el edificio de enfrente o, mejor, en el trozo de ese edificio que su mirada puede abarcar.

Espera impaciente. Sabe que pronto llegarán los saludos. Sonrisas de la joven que desayuna en su balcón, un ligero movimiento de cabeza del señor de más abajo… desde arriba los sonidos de una guitarra tanteando una canción, la niña morenita, más cercana, que mece un peluche entre sus brazos y le sonríe con su boca mellada… la señora Jacinta, de esta sí que sabe el nombre porque la conoce de comprar en el mercado, la saluda agitando el trapo con el que acaba de limpiar la barandilla, como si saludara a un barquito en alta mar. También sale aquel matrimonio mayor, que andan siempre con un libro o un diario entre las manos, y le dirigen una mirada amistosa, o al menos, así la recibe Elvira; poco después aparece el jovencito, bueno quizá no tan jovencito porque ya fuma, ¡y de buena mañana!, se lamenta la mujer, que siempre frunce un poco el ceño cuando lo ve, igual que lo haría con su propio hijo, si la vida le hubiera dado alguno.

La mujer mira inquieta hacia el edificio de al lado…ah, ahí está, se dice cuando ve aparecer al hombre, siempre en mangas de camisa, siempre arrastrando los pies con zapatillas y sosteniendo con firmeza la jaula del pájaro, un canario, le parece a ella que, aunque entiende poco de aves, distingue el color amarillo en el plumaje del animal. El hombre mira hacia su ventana, y alza tímidamente una mano a modo de buenos días, luego cruza los brazos y los apoya en la baranda, se gira, y parece decirle algo al pajarillo. Elvira piensa, que a juzgar por los trinos que le llegan, aquel canario tiene más pulmones que oído.

Sonríe para sí, y se maravilla por enésima vez, de lo que han conseguido en poco tiempo unos aplausos encadenados de balcón a balcón, han puesto rostro a los edificios anónimos, han abierto sonrisas, gestos de complicidad entre las personas, que se entienden sin palabras.

Elvira suspira casi feliz, y piensa en lo sola que estaba antes, sin saberlo, y se pregunta, con un punto de tristeza, si cuando todo aquello pase volverá a esa soledad de sus mañanas y sus tardes, que ahora le parece tan lejana.


                                                                                            María Jesús