Dos por
uno
Florum fasciculus (uno)
Don Eusebio Camprubí de las Torres salió de su
elegante residencia con porte erguido y paso presto.
Se dirigía al sepelio de su amigo, Teodoro
Sigüenza, eminente profesor de botánica, que había fenecido a consecuencia de
un aneurisma cerebral.
Al contrario de lo que su porte y
movimientos pudieran dejar entrever, el señor Camprubí se encontraba hondamente
afectado por el deceso.
El finado y él se conocían desde su más
tierna infancia; «tiempos remotos, sin duda», sonrió con tristeza don Eusebio,
y a su memoria acudieron imágenes de impúberes retozos, de cándidas travesuras
compartidas en las tardes del estío. Surgieron, asimismo, borrosas, las
imágenes de dos adolescentes espigados y estudiosos que anhelaban el
conocimiento y los laureles de la fama… la fama: Vanitas vanitatum et ómnia vanitas, filosofó con gesto
desencantado; más tarde llegó la juventud «Divino tesoro, que se fue para no
volver» como, tan acertadamente, consignó el vate, posteriormente la elección
de las respectivas carreras universitarias y la bifurcación de sus caminos.
Los avatares de la vida los habían
conducido a menudo a destinos dispares, no obstante, ambos, bien gracias al
género epistolar, bien gracias a escasos encuentros, breves, pero intensos, que
les servían, no ya para ponerse al día de sus júbilos y cuitas, menester que
cubrían sobradamente con sus misivas, sino para darse un viril y comedido
abrazo y confirmar los estragos que, la acerada zarpa del tiempo, ocasionaba en
sus respectivas morfologías, se habían mantenido en contacto.
Don Eusebio que había ejercido, durante la
mayor parte de su existencia la docencia universitaria en una prestigiosa
universidad germana, obteniendo justa fama de hombre docto, pero exigente y
poco dado a la sensiblería y la conmiseración, llevaba morando, en un plácido y
áureo retiro, el último decenio de su vida.
Soltero, de carácter severo y adusto y sin
afectos demasiado allegados, invertía sus días al gusto de Voltaire,
enriqueciendo sus minutos, sin ocasionar mal a nadie, en la relectura de sus
venerados textos clásicos y en el cuidado de un pequeño jardín.
De aquel Edén en miniatura, del que don
Eusebio sentíase harto ufano, había seleccionado y cortado, no sin cierto
sonrojo, un hermoso ramillete de zinias variadas.
La elección le parecía realmente apropiada,
«un postrer acto de amistad», ponderó mientras detenía un taxi y le facilitaba
a su auriga la dirección del tanatorio, porque si la memoria no le era infiel,
la zinnia elegans, apelativo con el
que sin duda su erudito amigo se hubiera referido a la flor, significaba: En
recuerdo de los amigos ausentes.
El
manojo de flores (dos)
Don Eugenio Camprubí de las Torres salió
zumbando, pero más recto qu’ una estaca, de su emperifollao nido.
Iba al velorio d’ un colega, Teodoro
Sigüenza, profe de flores y demás hierbajos, que l’ había espichao porque el
tarro l’ había petao, sin avisar.
El tipo aunque naide lo diría, tan tieso y
compuesto, iba muy sentio por dentro.
El fiambre y él se conocían desde qu’ eran
un par de mocosos, «Me cago en la puta cómo pasa el tiempo», sonrió acongojao don
Eusebio de mientras que s’ iba recordando de cuando, eran dos ñajos y hacían
barrabasadas a to quisque que se pusiera en su camino, y luego después, ya
mozos, unos chavales flacos como palillos de mondar y con grandes entendederas
pa l’estudio, que pensaban que s’ iban a
comer el mundo, le dio al magín don Eugenio mohíno. En pasando el tiempo llegó
la juventud «divino tesoro» que cantaba aquél y a la miaja, los estudios de
carrera y d’ ahí cada uno con su sino.
Las revueltas de la vida los había llevao
P’aqui y p’allá, pero gracias a los escritos que se mandaron y a los encuentros
que tuvieron, cortos, pero cabales, que les venían bien no ya pa estar al loro,
de sus penas y alegrías, qu’ eso ya l’ hacían por las esquelas que se mandaban
el uno al otro, sino pa darse un buen achuchón entre machos, sin mariconeos, y
ver como el cabrón del tiempo los había tatuao a base de bien a los dos, s’
habían seguio guipando de ciento en viento.
Don Eusebio había currao, mayormente, dando
clases en una universidad alemana de postín, dónde se ganó a pulso la fama de
lumbrera, pero también la de cardo borriquero por su carácter algo jodidillo y
poco daó a la compasión, ahora llevaba retirao, viviendo como un marajá, diez
años.
Solterón, de talante agrio y resecón y sin
tener demasiaos cariños por naide, triscaba los días, sin hacer mal a persona
alguna, repasando los libracos antiguos de su alma y trasteando por el jardín
Del jardincillo, con el que don Eusebio,
andaba más hinchao qu’ un pavo, arrancó, poniéndose colorao como un tomate, un
manojo de florecicas de colores
L’ había parecio una idea morrocotua, un
último detalle d’ un colega como Dios manda, rumió mientras paraba a un taxi y
le daba al cochero la dirección del velorio, porque si el tarro no le fallaba,
las florecicas, que el coco de su colega hubiera llamao zinnia elegans en su jerga, traducidas al cristiano, querían decir:
Pa recordarse de los compinches que la diñaron.
María Jesús
Has caracterizado a los personajes por su forma de hablar como lectora me imagino como se mueven y como van vestidos aunque no lo digas tan solo por su jerga. Me ha gustado.
ResponderEliminarMuchas gracias, Maribel. En realidad es el mismo personaje utilizando dos registros lingüísticos distintos. Es asombroso hasta que punto el hablar de una manera u otra nos caracteriza. No es lo mismo decir: "la empresa ha echao a la p... calle a este obrero" que "La empresa ha decidido prescindir de los servicios de este empleado", o, ¿sí? Un fuerte abrazo.
EliminarYo me he reido tanto,en la segunda narración, que te queda muy claro, de que va el asunto. En la primera es perfecta la exposición, y también como el cuento de las ovejas, las negras o las blancas,sientes lo mismo e imaginas perfectamente, los sentimientos y los personajes retratados igual. Pero el segundo te pone en la realidad sin más, no hay lugar para la interpretación es lo que es.
ResponderEliminarEnhorabuena
¡Mil gracias, María! Me alegra que los hayas disfrutado. No fue ejercicio fácil componer las dos caras de la misma moneda, pero se va aprendiendo. Un besazo
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