domingo, 28 de agosto de 2022

 



¿Dónde estuve yo

ayer o hace mil años?

Fui, tal vez, la sombra soterrada

de una estrella?

Tal vez…

¿Dónde estuve yo

ayer o hace cien años?

Fui, quizá, la estela extinguida

de un cometa?

Quizá...

¿Dónde estuve yo

ayer o hace diez años?

¿Fui, acaso, el sordo sonido

de un relámpago?

Acaso…

¿Dónde estuve yo

ayer, hoy mismo, ahora?

¿Siendo un leve hilo de luz

en tu memoria?

Tan leve… 

                                                 María Jesús

 

jueves, 18 de agosto de 2022

 




 2º premio de humor

certamen Nou barris 2018

 

El juego

… Si no hubiera sido por mi costumbre de limpiar los cristales cada tarde a la misma hora, una es vieja y tiene sus manías, inspector… por eso y por la posición de mi piso, claro; ya ve usted que vivo en el ático del edificio central. Lo escogí así porque me gustan las alturas, aunque algunos piensen que fue por controlar mejor a los vecinos: se cree el ladrón… ¿verdad, usted?

Ya veo que tiene prisa, pero prefiero explicárselo aquí que ir a comisaría. Ya sé, ya sé que no es costumbre…y, aunque sea por mi edad, hijo ¿no puede hacer una excepción? ¡Qué amable es usted! ¿un café no querrá? ¿o cómo está de servicio no puede? Total, los muertos ya no se van a mover, claro que en vida ya se menearon bastante, sobre todo ella. Y que conste que yo cotilla no soy, pero bueno, aquí veraneamos siempre los mismos y nos conocemos todos. El caso es que yo dale que te pego con mis cristalillos, que están como un jaspe, ya lo ve usted…. Y cuando miraba hacia su bloque la veía levantar el auricular cada día a la misma hora y luego lo colgaba de golpe, como si diera un portazo, que yo pensaba: Así tratas a las cosas, igual que a las personas. Que te hablaba así que ponía los morros como si fuera a hinchar un globo. ¡Más tonta leche era la pobre! siempre dándose aires y subida en los andamios esos, que con mis pies hubiera dado… mire, inspector, mire que juanetes, que parecen las pezuñas de una vaca… pero no, la condenada, que Dios la tenga en su gloria, siempre encima de esos tacones que no sé cómo no se caía y se rompía la crisma… y que los llevaba todo el día puestos, ¡eh! hasta para andar por casa, que cuando se echó el último novio, un muchachote de color como se dice ahora, de color negro, para ser cabales, que parecía el hombre un armario de azabache, y yo fui a darle una carta, que el cartero, ¡más torpe que un cerrojo, el pobre!, había echado en mi buzón, allí estaba ella con los tacones y el biquini, ¡Señor! Una mujer con espolones que ya andaba más cerca de los sesenta que de los cincuenta, no me extraña que el marido… por lo que yo sé una bellísima persona, muy sencillo, que te ayudaba con la compra si te veía cargada o te sujetaba la cancela de la entrada para que pasaras, claro que eso era antes, que al cabo de un tiempo el hombre cambió y ya no saludaba y tenía siempre una mirada áspera  y si le sonreías te hacía una mueca como si se hubiera pasado el zumo de un limón por la cara y, claro, ya la verja ni rozártela para que pasaras ¡Hay qué ver cómo cambian las personas! Una pena, la verdad. Sí, sí, ya sigo, ya. Pues claro que me pareció raro que estando separados él hubiera alquilado el apartamento de enfrente, pero yo lo que no es asunto mío, pues… al principio no caí en que siempre que ella cogía el teléfono, él también tenía el auricular levantado ¡ah, y los prismáticos colgados al cuello! que parecía que jugaban. Casualidades, me dije, pero después de una semana empecé a atar cabos. Igual ella no le dejaba acercarse y él la telefoneaba y ella le colgaba; hay hombres así, sin pizquita de orgullo…. pero cuando le vi abrir la cristalera con el teléfono en una mano y la pistola en la otra, le juro que me quedé con las patas colgando, pero entonces, inspector, la vi a ella agacharse rápida como una centella, que pensé: de esta se troncha: claro que igual se había quitado los zapatos de tacón y por eso iba más ligera…. Sí, sí, ya sigo, ya… el caso es que la mujer se levantó al momento y con otra pistola en la mano, lo que yo le diga, inspector, cada uno con su pistolita desde lejos y los prismáticos colgados, que parecía que iban a cazar perdices… luego se oyeron dos taponazos, como si brindaran y ya, casi al mismo tiempo, se cayeron igual que dos sacos ¡plaf! y ¡plaf! ¿qué? bueno, no, eso no lo oí, pero me lo imagino porque una vez que mi prima Engracia, que tiene azúcar, se mareó y se cayó al suelo hizo ese mismo ruido: ¡plaf!  Claro que lo suyo fue solo un plaf, al ser soltera y caerse solo ella… aunque el suyo Igual valía por dos porque la prima Engracia pasa de los cien kilos…

En fin, inspector, no sé qué más puedo decirle. No avisé enseguida porque primero esperé a ver si se levantaban, el uno o la otra, pero no, allí no se movió ni la cortina y, en confianza, hijo, luego me acerqué un momento al comedor y me eché una copa de orujo para pasar el susto, uno muy bueno que me traen del pueblo, y después se conoce que con los nervios ¡qué malos son los nervios, señor! pues se me olvidó el número de la ambulancia y el de ustedes. ¡Qué lástima! Si hubiera avisado antes igual los hubieran salvado… Ah, pues me alegro, bueno quiero decir que me quedo más tranquila, inspector, si ya estaban los dos fritos, poco podía haber hecho yo ¡un alivio, hijo!

No, yo miedo no pasé, no señor, ni pizca, si parecía una película de esas de la tele… Ay, qué lástima… con lo bonita que es la vida… ¿sabe qué, inspector? A mí esos dos me dan mucha pena. Sí, ya sé, ya sé que se mataron a tiros y a sangre fría, pero para odiarse así, ¡ay, inspector! usted es que es un chiquillo, pero créame, para odiarse así, antes se tiene que haber querido mucho, se lo digo yo que soy gata vieja.

María Jesús

 

 

miércoles, 10 de agosto de 2022

 




Receta de verano

 

Tomemos un amanecer dorado y añadámosle unas pintitas de rojo sandía y de verde uva. Lo acaloramos bien durante unas horas —mejor las del mediodía— y, una vez bien soñoliento y pesado, lo abanicamos de naranja y azul. Lo dejamos reposar, más o menos, hasta el atardecer y, luego lo impregnamos bien con aroma de jazmín y hierbabuena.

Hay quien también le añade unas gotas de sal marina y, otras personas que prefieren aliñarlo con verdes briznas sombreadas de frescor.

Se decida lo que se decida y, aunque suele salir una gran cantidad, es conveniente consumirlo pronto porque a la que nos descuidemos se evaporará como una nube.

María Jesús