sábado, 31 de diciembre de 2022

 



Es Navidad, doña Eulalia

 

Doña Eulalia observaba el ir y venir de aquellas chicas —nunca recordaba sus nombres— por las distintas habitaciones. Una cantaba una tonada dulce, que a doña Eulalia le atravesaba la piel como si las notas fueran de agua. La canción, que hablaba de campanas, caminos y nieves —fuera aquello lo que fuera— porque tampoco la anciana conseguía ponerles cara y ojos a esas palabras, le hacía cosquillas en la memoria, como un ratoncillo que se paseara por ella.

Una de las chicas vestida de rosa claro iba colocando cintas de colores brillantes por todas partes, hasta le enredó una en el respaldo de su silla de ruedas. Doña Eulalia se echó hacia adelante para dejarla hacer, y luego le dio las gracias, como si le hubiera puesto bien la toquilla.

Observó que otra bajita, que vestía igual que la primera, andaba colgando objetos brillantes y redondos en el inmenso abeto. La anciana recordaba bien que ese era el nombre de aquello grande, alto y verde que habían puesto por la mañana junto a la puerta de la entrada del edificio porque, desde que aquellos muchachos fuertes y sonrientes lo habían traído, la palabra circulaba de boca en boca como un secreto a voces, y su olor había teñido de un frescor nuevo todo el aire del edificio.

Sin darse cuenta, doña Eulalia empezó a hacer palmas, como si algo venido de muy lejos, atravesara sus venas y llenara de luz su sangre.

Sintió risas a su alrededor, y la chica bajita se le acercó con una de aquellas bolas brillantes en cada mano.

—Es Navidad, doña Eulalia —le dijo poniendo una de ellas sobre su regazo.

La anciana sonrió y se miró en aquel espejo redondo, que le devolvió la mirada de una niña desconocida que quedó atrás, perdida para siempre en el tiempo y la memoria.

                                                                                  María Jesús

 

 

lunes, 19 de diciembre de 2022

 



El corazón

 El corazón

ama de llaves de mi vida,

ordena cada uno de mis actos.

Con decisión dirige,

la ubicación de las llaves,

—normalmente—

en equivocadas cerraduras

                                                 María Jesús

                                            

 

 

 

martes, 6 de diciembre de 2022

 



Seleccionado en el Certamen Javier Tomeo.

Publicado en «Cultura y compromiso», abril 2019

 

Responsabilidad

 

No soy una persona con suerte. Es más, diría que la diosa Fortuna pasa de mí como de la mierda. Estoy convencida de que a mi costa se debe de dar más de un atracón de risa.

No tuvo bastante con salvarme de la súpermega explosión de todos los «ones» habidos y por haber, y dejarme aquí como el último ser vivo de todas las galaxias —porque con la que se lio, dudo que ni de la estrella más lejana quede un átomo en el firmamento—, que, encima, la única compañía que tiene a bien cederme a perpetuidad es este armatoste de caoba. Este empalagoso y aburrido saco de jadeos, que no para ni un instante, y que desemboca, con irritante puntualidad, en tozudos pistoletazos huecos.

¿Para qué narices, me pregunto una y otra vez hasta hacerme sangre en las neuronas, me puede servir a mí, último habitante del universo, este asqueroso reloj de pared suizo que marca con tal precisión las horas, los minutos y los segundos?

Y lo peor, es que no pueda dejar que se ahogue en su silencio, consciente de que sus latidos son ahora, únicamente responsabilidad mía, le doy cuerda cada tres días.

María Jesús