lunes, 31 de julio de 2023

 

                                                                   (Tomada en la red)


Receta para un día de feria

 

Si nos apetece un buen día de feria, solo necesitamos poner a macerar un pedacito de ilusión añil que aún conservemos, y tirar de un hilo de algodón rosado, que encontraremos en cualquier rincón de la memoria; seguidamente, aderezamos con un caballito, ni muy blanco ni muy rojo, que pueda dar una vuelta completa sin marearse, aunque mejor si son dos o tres. Le añadimos un buen puñado de aroma a churros, sin pasarnos con el dulce cobrizo, y vertemos por los lados una tonadilla alegre y machacona, con un punto de nostalgia.

Para evitar salpicaduras indelebles, no olvidemos colocarnos el mandil azulado de la infancia.

Y, el día de feria, queda listo para servir.

María Jesús

 

 

jueves, 20 de julio de 2023

 


Nube blanca de algodón

sobre la pizarra azul.

Dibujo inquieto

en el tiempo,

que se acerca

Y que se aleja…

Mágica forma

que vuela

y que nunca jamás…

regresa

María Jesús

 

 

lunes, 10 de julio de 2023

 


Cambio de rumbo

(Extracto del diario de J. Silver)

 

Quizá se debía a aquel afán de aprovecharlo todo que tenía mi madre, pero lo cierto es que cuando, por equivocación, llegó a casa aquel baúl lleno de ropajes variopintos y estrafalarios, no dudó ni un segundo en que se hiciera uso de ellos.

Ella eligió un vestido rococó y, sin empacho alguno, se paseaba por la casa, un modesto piso de sesenta metros cuadrados, ataviada como María Antonieta. El efecto, si se quiere, era bonito a la par que llamativo; sin embargo, aquellos miriñaques, o lo que fuera que usara bajo las amplias faldas, hacía que cada vez que entraba en alguna habitación, quedara encallada —a estribor y a babor— en el dintel de la puerta, y se necesitaban los esfuerzos unidos de varios miembros de la familia para desatascarla.  Sus ropajes tampoco favorecían, en demasía, el vaivén de la tripulación casera por el angosto pasillo. Tal vez por ese motivo, para compensar, mi padre decidió vestirse de Tarzán, y andar en taparrabos todo el día, desplazándose cómodamente por la casa de liana en liana —las sogas firmemente enroscadas en lámparas y demás aparejos sobresalientes del techo—.

En cuanto a mis abuelos, los únicos que podían haber echado un cable a la cordura familiar, hacía ya muchos años que habían optado por vestirse con los simpáticos trajecillos de Hansel y Gretel. La elección, según explicaban, se debió a un acto de generosidad. Ambas, como es sabido, son figuras de poco calado que apenas ocupan espacio, pero las generosas almas no contaron —en mi hogar nadie piensa en el futuro ni siquiera en el presente— con los achaques propios de la edad, y ahora surcan la casa con los dos andadores a rastras, que, dicho sea de paso, abultan más que ellos. Huelgo decir, las difíciles maniobras que tienen lugar, cuando en cualquier recodo de la casa, se topan de frente con mi madre.

Mis hermanas, gemelas y mayores que yo, —no sé sí en este orden— son: la virgen María y el arcángel san Gabriel. Les dejo a su imaginación la situación diaria en la bendita hora del ángelus, cuando en el momento de la Anunciación a mi padre se le escapan alguno de sus gorgoritos tarzanescos al cambiar de liana, mi madre deja ir con soltura el lastre de sus faldas, y los yayos aportan, dulcemente, la percusión de sus tacatacas, encallados al compás.

Cuando yo nací, no sé si por los antecedentes fraternos, o porque el baúl estaba ya a dos velas, se me reservó el papel de Mesías —un pañalete, un arito dorado en la cabeza y, allí te las compongas—, pero en mis planes, mi rol era otro.

Desde bien pequeño, fui consciente de que alguien tenía que llevar allí el timón, si no quería que aquella tripulación de seres extraños zozobrara. Así que me dediqué a su cuidado, y mal que bien me las he ingeniado para ir tirando de ella contra viento y marea, achicando dificultades, zafándome de problemas, poniéndola al abrigo de tormentas y quebrantos y, alimentándola, porque, entre nosotros, serán raros, pero comer comen igual que los que no lo son, y aún más, diría yo. Con grandes esfuerzos he conseguido juntar unos ahorros que guardo en un cofrecillo, sepultado en la jardinera de la entrada, dinero que les permitirán vivir sin naufragar, ni dar demasiado la nota, hasta el fin de sus vidas.

He decidido darle la llave del tesoro a Gabriel que, cuando no tiene lo del ángelus, y esconde las alas, es una tipa bastante normal y sensata. Ella los conducirá a buen puerto.

En cuanto a mí, me han llegado voces de que La Hispaniola está ya terminada, así que, en cuanto el ebanista del barrio me tenga acabada la pata de palo, cogeré el último disfraz que queda en el fondo del baúl, me enrolaré como cocinero, y me haré a la mar.

María Jesús

 

sábado, 1 de julio de 2023

 


 Fotografía de Junior Teixeira


El divino pirata

 

El informático se cruzó de brazos. Veríamos cómo se las arreglarían ahora aquellos estúpidos. Él, en su infinita sabiduría, cargada de experiencia, calculaba que aquel virus iba a traer cola para años.

El informático se mesó la barba blanca y larga, parpadeó su gran ojo dentro del triángulo dorado, después alargó un níveo dedo, el índice derecho, y apretó la tecla.

El virus, viajando a la velocidad de la luz, llegó a la tierra.

 

María Jesús