martes, 30 de enero de 2024

 




Aire azul

 

Aire azul

de este invierno

que atraviesa

mis sentidos

Aire azul

que hurga

en mi corazón

y rebusca

 en mi memoria

Aire azul…

de cada invierno

María Jesús

 

viernes, 19 de enero de 2024

 



El destino

 

La bomba estallaría a las 18 horas en punto. A esa hora habría empezado la segunda sesión y el cine estaría lleno. Era martes. En aquel barrio solo había un cine. Aquel. Consultó su reloj: las 17:25.

Sorbió el refresco de cola por su cañita azul cielo. Las burbujas le hicieron cosquillas en la nariz. Dejó el vaso sobre la mesa y se secó con una servilleta de papel. Volvió a consultar el reloj: 17:30.

Bajó la vista hacia el diario que tenía abierto sobre la mesa, se ajustó los lentes, y leyó algunas líneas sin fijarse en lo que decían. Pensó que no tardarían en llegar y levantó la mirada. Una pareja mayor se había detenido frente a la cartelera del cine. Parecían dudar, finalmente la mujer tiró suavemente del brazo del hombre y siguieron andando. Buena elección, se dijo, y volvió a sorber su refresco con precaución. Consultó su reloj las: 17: 36.

Plegó el diario y observó a un hombre, relativamente joven y con aire despistado, que compraba una entrada como si no supiera muy bien para qué. Pronto lo sabría, se dijo sin compasión, y dio otro sorbito a su refresco mientras observaba de refilón la hora: 17:40.

Parecía que se retrasaban, ¿y si al final no venían? pensó apretando entre sus dedos el centro de la cañita azul celeste hasta dejarlo casi blanco. Pero no…ahí estaban, por fin. Volvió a desplegar el diario y se ocultó tras él, observando con disimulo a la pareja que acababa de doblar la esquina en dirección a la sala de cine. Bien agarraditos.

Fue una dolorosa coincidencia escuchar aquella conversación en la que se citaban para ir al cine, aquel día y a aquella hora. Por supuesto, no sabían que les escuchaba desde el pasillo, debían de pensar que seguía en la partida, como cada jueves, pero el destino decidió que aquel día un compañero se hubiera sentido indispuesto y que el juego acabara antes. Justo ese día. Recordó la sensación de frío que se le extendió por el cuerpo al oír sus voces acarameladas, la angustia que le revolvió el estómago, el dolor punzante… Oyó su nombre mencionado con tanto desdén, las carcajadas burlonas y, luego, aquella tierna despedida. Todavía no sabe de dónde sacó las fuerzas para arrancar sus pies del suelo, en el que parecían haberse clavado, y huir por el otro extremo del pasillo. Se preguntó cuánto hacía que aquello duraba, se preguntó cómo no había sospechado nada, después de tantos años…Tiró la caña, ya inservible, al suelo, y pidió la cuenta. Al tiempo que volvía a consultar su reloj: 17:44.

 Se removió con cierta inquietud, observándolos ahora descaradamente. Ya habían entrado en la sala. Mal día, parejita, para ir a hacerse arrumacos al cine, suspiró. La venganza es un plato que se sirve frío, eso decían. Frunció los labios con furia.

En un principio pensó en el veneno, pero eso iba a ser más difícil de conseguir. En las películas y en las novelas de detectives parecía muy fácil obtenerlo, casi como comprar caramelos en una confitería, pero en la vida real, la cosa cambiaba. La farmacéutica le hincó una mirada de desconfianza por encima de sus gafas, cuando le pidió algo fuerte para dormir, de nada sirvió que le jurará y perjurará que sufría de insomnio. La mujer se mantuvo en sus trece, y le aconsejó leche con miel, y que consultara con su médico de cabecera. ¡Leche con miel! No era de un resfriado de lo que tenía que deshacerse, se dijo con una sonrisa fría que le nacía de un corazón más frío aún; un corazón casi muerto, apenas sustentado por el latido ansioso de la venganza. Pero no, no había que confundir las palabras, aquello no era venganza, aquello era justicia, simple justicia. De pronto, sintió mucho calor, empezó a sudar y notó que los pantalones se le pegaban a la piel. Se removió en su asiento, cómo era aquello de la Biblia: Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie… ahora se podría añadir: corazón por corazón. Sonrió con malicia, y con un dedo afilado aplastó una mosquita diminuta que había ido a agonizar junto a su vaso.

Descartado el veneno, tomó la decisión de que el arma, si así se pudiera llamar, sería una bomba. Bomba, corazón, latido todo redundaba en lo mismo. No pensó mucho en los daños colaterales, como los llamaban en televisión. Nunca le habían importado los demás, nadie en el mundo, solo una persona, esa que no tardaría en desaparecer para siempre. Sus días, sus noches, sus deseos, su amor… habían fluido siempre hacia aquel ser, de la misma manera que un río caudaloso y vehemente lo hubiera hecho hacia su único mar. Chasqueó la lengua, como un pequeño látigo húmedo, ahora eso ya no importaba, se reprendió; y, si alguna vez, le asaltara algún picor de conciencia, lo acallaría rápidamente diciendo que había sido el fatídico destino, el culpable de las muertes inocentes que iban a ocurrir en unos minutos. Dicen que todo está ya escrito de antemano, por tanto, su mano era solo la forma azarosa que la providencia había elegido para cumplir con su palabra.

 La bomba fue más fácil de fabricar de lo que esperaba. Ahora con internet casi todo estaba al alcance de cualquiera, y con instrucciones tan claras y detalladas, que hasta un niño entendería. Pasó varias horas en la biblioteca del centro consultando el ordenador. Quería algo con potencia, mucha potencia, afirmó pasando la lengua por los labios resecos. Solo necesitó un poco de traza y rescatar de su memoria algunos elementales conocimientos de química, se dijo con cierto orgullo.

El camarero se acercó, le dijo el importe, y esperó a que le abonara el refresco al tiempo que echaba su mirada, como una red, al grupo de jóvenes que acababan de ocupar una mesa cercana.

Mientras iba contando las monedas sonrió para su interior pensando en lo sencillo que había sido también el «colocarla». Un rato antes simuló entrar a consultar los horarios, y la dejó, bien envuelta, en el fondo de la papelera que había en el interior del vestíbulo del cine. Tocando a la sala en la que se proyectaba la película. 

Pagó, y dudó si dejar algo de propina, pero al final desistió. No le gustó el gesto de impaciencia con que el camarero había recogido las monedas. Miró el reloj: Las 17:53.

Todavía quedaba un buen rato antes de que fuera la hora de la cena. En la Residencia había dos turnos. Ellos siempre asistían al primero. Y, por su parte, eso no iba a cambiar, se dijo con un brillo ladino en los ojos.

Se levantó con torpeza, y se alejó despacio en dirección al parque.

Cuando sonó la explosión, nadie se fijó en la dulce anciana que consultaba, con una sonrisa satisfecha, su relojito de pulsera. Las 18 horas en punto.

María Jesús

 

 

 

martes, 9 de enero de 2024

 



Deseos para un nuevo año

 

Tardes lluviosas donde apacentar el alma

Buen vino con el que ahogar penas y festejar alegrías

Cálidos abrazos en los que poder guarecerse

Rectas líneas de horizontes que se curven al mirarlas

Árboles henchidos de sueños,

de cuyas ramas broten innumerables hojas

—violetas—

Caminos nuevos para entrelazar distancias

Besos alados que perduren más allá del tiempo

Miradas que lleven el corazón en la mano

Sonrisas con sabor dorado

Sonidos que nos templen

las cuerdas del corazón

Palabras que disparen dudas a la razón

Luceros que tiñan de azul las noches

Letras que nos alumbren los días…

 

Y, sobre la tierra,

 —extendidas—

las rosadas alas de la paz.

María Jesús