Crear
La niña, sentada en un banco de la plaza, mira
fijamente el cielo salpicado de nubes grandes, chicas y medianas
Las nubes van tomando las formas que ella ordena sin hablar:
Un castillo lejano de
ribeteadas almenas como puntillas rojizas, que se esconde detrás de una colina…
Un gato gordo y blando de
bigotes largos y afilados como espinas…
Un barco verde y blanco que va
surcando los mares azul celeste del cielo…
Una casa grande y alegre
puesta sobre la hierba y cargada de ventanas, con una chimenea gris, igual que
un dedo torcido señalando el firmamento…
El rostro serio y pecoso de un
niño que juega con las canicas… o ¿tal vez es una niña la que juega?
El humo redondo y perezoso que
va dejando atrás un tren rojo y que llena el aire de añoranzas…
La niña entorna los ojos,
afila la mirada y sonríe. Quiere más.
Saber quién habita en el
castillo…
Hacia dónde corre el tren…
Cómo se llama el niño o la
niña de las pecas… qué va a pasar en sus vidas…
¿Vive gente en esa casa…
muchos… pocos… o tal vez esté encantada…?
Tendrá dueño aquel gato grande
y gordo o quizá se ha perdido y alguien lo anda buscando…
A qué isla llegarán los
náufragos del barco… si es que finalmente el cielo descarga una tormenta
persistente y violenta sobre el mar que anda surcando…
La niña sigue sentada en el
banco de la plaza, igual que una pequeña diosa con poder para crear y dirigir
los destinos. Cruzar, quebrar, cambiar, equivocar o, simplemente, borrar lo
creado.
Es pequeña, aún no lo sabe,
pero la afilada semilla de colores ha tomado posesión de su mente y de su alma.
Si sigue observando las nubes
y les va insuflando vida, con el tiempo y el oficio, esa niña será, tal vez,
escritora.
María Jesús