El botín
Era la primera vez que lo hacía. Llegó jadeando,
bañado en sudor y se encerró en la destartalada habitación; con manos trémulas
abrió el monedero negro. Recordó como la inocente señora le había sonreído
amablemente, cuando en un brusco balanceo del autobús él se agarró a su brazo.
Rebuscó en
su interior: unas monedas, una estampa de san Dimas, dos horquillas y un
paquetito cuidadosamente envuelto en papel de seda de color naranja, lleno de
esperanza lo desenvolvió rápidamente: «tiene toda la pinta de ser alguna joya,
una medalla, tal vez un anillo...»
La esperanza
se convirtió primero en asombro y después en una carcajada resignada.
Se encaminó
a la vieja cocina. Una mujer, con delantal de cuadros y cabellos grises
recogidos en un moño, zurcía unos calcetines sentada en una silla. Levantó la
mirada y le sonrío con dulzura:
―Hola, hijo,
¿quieres un vaso de leche?
El joven le
devolvió la sonrisa.
―Toma,
abuela, que hoy vamos a merendar a lo fino ―le dijo alargándole dos sobrecitos
de té.
María Jesús