15
septiembre
Heme aquí, que dirían los clásicos, observando,
en la soledad de la noche. Son las ocho y media, pero noche es; observando
digo, un montón de bolígrafos de colores, dos libretitas con purpurina y un
tintero con su pluma y todo, que ni siquiera sé utilizar. Todo ello
ordenadamente colocado sobre mi tocador―escritorio. No es lo único nuevo hoy en
casa.
Esta tarde he bajado al bazar chino de la
esquina a por un exprimidor de plástico y un pegamento. He cometido el error de
llevar conmigo a Jordi y a los niños; Sandra estaba con una amiga repasando inglés en su habitación.
Canciones en inglés, para ser exactos, a juzgar por los sonidos que salían del
cuarto.
El caso es que hemos vuelto cargados con tres
bolsas que contenían: unas acuarelas, lápices y unos cromos, no sé de qué, para
Martí; una peonza, un cuento, un coche de plástico para Leo; unos calcetines,
una revista de aeromodelismo, ―materia de la que nadie en la familia sabe nada―
y una licorera para Jordi; unas diademas del pelo y unos guantes para Sandra;
diversos juguetes de goma para los animales y un cuenco nuevo para Sirius; unas
medias y unas zapatillas para mí; y una jabonera, con su jabón y todo, para el
lavabo, amén de estos artículos de escritorio o así, que ahora observo
alucinada.
Estoy segura de que esos bazares sacan al ave
depredador que todos llevamos dentro. Planeamos sobre los objetos, aquí y allá,
cogiendo cosas que nos llaman la atención y que ni siquiera sabemos para qué
sirven y, la mayoría de las cuales, jamás usaremos.
Y, ahora que lo pienso, me he olvidado del
exprimidor y el pegamento.
María Jesús
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