La combinación
Fotografía Jaykumar B.
Sé que
no debiera. Sé que es mi hijo, sangre de mi sangre, o eso decía mi mujer, pero
de un tiempo acá, le estoy cogiendo una manía… No para de molestarme. Siempre
lo tengo pegado a mí, sin orden ni respeto a mis horarios ni a los de mis
compañeros, y aquí ya tenemos todos bastante con lo que tenemos.
A
veces, intenta tocar mi rostro, o me roza, sin ninguna delicadeza, al tuntún
como si dijéramos.
En
ocasiones me llama en voz baja como si me susurrara; otras, es aún peor, y lo
hace con gritos y lamentos. Me está buscando la ruina, y aunque llevo aquí poco
tiempo, empiezo a notar miradas de reojo y cuchicheos a mis espaldas. Está
minando mi seguridad, mi incipiente popularidad, y no deja que me adapte al
medio, ni que haga amigos.
Es
un plasta, lo fue toda su vida, o la mía. Siempre pidiendo, exigiendo y
mandando. Pensaba que ahora ya estaría a salvo de sus demandas y caprichos,
pero no, él, erre que erre. Pesado como un grano en el culo, el tío.
Ahora
la cosa ha empeorado porque parece que, como solo no puede, ha decidido
contratar a alguien para conseguir sus propósitos y, de tanto en tanto, se
pasean los dos por aquí como Pedro por su casa, sin dar bola, claro, pero
insistiendo e insistiendo, arriba y abajo con los cirios en la mano ―que un día
tendremos una desgracia― y con una peste a sahumerio e inciensos, que nos dejan
esto más irrespirable que un templo budista en el día de su santo patrón. En
los últimos días, han llegado hasta mis oídos más de una y de dos toses
—educadas, pero con retintín— de algunos de los residentes.
Y todo porque cuando me fui no le dije cuál
era la contraseña de la caja fuerte.
Pues mira, ¿sabes qué? ¡Te jodes! Estrújate la cabeza y ve probando combinaciones, que con eso te distraes, que ni muerto me dejas descansar en paz, pelmazo.
María Jesús