Finalista en el certamen de la Universidad
Popular de Almansa año 2020
Mala espina
Mis padres dormían la siesta.
No sabían nada, aquello era un secreto, así lo habíamos convenido, y los
secretos no se deben explicar a nadie. Sobre todo, aquel.
Salí
de puntillas, sin hacer ruido, me costó un poco alcanzar la manilla, pero lo
conseguí.
Una
vez en la calle, corrí hasta el coche que ya me esperaba con una de las puertas
delanteras abierta
Mi
vecino me sonrió y me dijo que estaba muy guapa.
¿Cómo
podía decir papá que era un tipo raro una persona tan amable?
¿Qué
más daría que no mirara a los ojos cuando hablaba? y ¿por qué eso le daba mala espina? Fuera lo que fuese eso de la mala espina. Yo
sabía de muchos de mi clase que tampoco miraban a los ojos cuando hablaban y no
eran más raros que otros que sí miraban.
Me
acomodé en el asiento junto a él y empecé a imaginar nombres para el perro que
me había prometido. Me había explicado que era de una camada de la perra de un
amigo suyo que vivía en las afueras. Yo podría escoger al que quisiera de los
cinco cachorritos. Ahora tenían dos meses, me dijo, y también que todos eran
machos. Sabía que ni a mamá ni a papé les haría gracia, pero cuando lo vieran
en casa, lo aceptarían, estaba segura.
Mamá diría que habría que darle algo de comer
y papá diría que solo se quedaría una noche, pero yo sabía que enseguida se
encariñarían con él.
Hacía calor en el coche, le pregunté al vecino
que por qué no encendía el aire, pero me explicó que estaba estropeado, luego
permanecimos un rato callados. Él conducía silbando una cancioncilla y yo
pensaba en mi perro. De pronto me volvió a decir que estaba muy guapa y me pasó
un brazo por los hombros, yo me retiré un poco y le dije que el volante se
debía de coger con las dos manos. Él sonrió y retiró el brazo, pero poco
después noté su mano, grande y peluda como una araña, sobre mi rodilla, y me
aparté todavía más hacia la ventanilla.
Intenté
volver a pensar en el cachorro que pronto sería mío, pero me costaba mucho
concentrarme. Su mano de araña subía por
mi pierna, y yo se la intenté apartar y me apreté más hacia la ventanilla, por
el rabillo del ojo vi que él ya no sonreía y noté que empezaba a respirar muy
fuerte, como si estuviera enfadado, y de pronto entendí lo que quería decir papá
cuando hablaba de mala espina.
María
Jesús
Me ha gustado mucho como lo has cerrado, te felicito querida amiga.
ResponderEliminarMuchas gracias, Maribel. No sabes cómo me alegro de que te haya gustado. Un beso
Eliminar