jueves, 3 de noviembre de 2022

 



Las meditaciones de doña Agustina

 

Doña Agustina y don Martín son un matrimonio mayor, mayor tirando a viejo, que bordean ya los ochenta. No tienen hijos, pero si un par de canarios anaranjados que no cantan, aunque les dan trabajo y les distraen.

Doña Agustina es una mujer sencilla, sin estudios, pero con gran imaginación y pocos problemas. Sin embargo, le da mucho al cabolo, demasiado según su esposo, que vive ignorante y feliz en su mundo de petancas, paseíto y televisión.

A veces, especialmente cuando ha cenado más de la cuenta, ha ingerido dosis extra de noticias, o ha visto alguna película fantástica, a las que es muy aficionada, doña Agustina se despierta sudorosa en mitad de la noche y empieza a mezclar ideas y a reflexionar:

«Y ¿no será que los extraterrestres malos, malísimos, somos nosotros, los que vivimos aquí tan ricamente con agua corriente y lentejas y contenedores llenos de desperdicios?»

Luego se da media vuelta en la cama, le da un pellizco rutinario a su marido para que pare de roncar y continua sus elucubraciones:

«Y ¿no será que vamos poco a poco chupando hasta la médula a los otros dos mundos?, esos que dicen que viven por debajo de nosotros. Lo mismito que el bicho aquel con más ojos que cabeza que salió en la película de ayer».

Y doña Agustina se da media vuelta y, otra media, esperando que llegue el amanecer y vuelva su rutina de cocina, limpieza y quehacer diario que la distraiga de sus tonterías nocturnas.

De un tiempo acá, también ha empezado a tener los tan manoseados déjà vu de los que habla la gente, aunque ella los llama: «¡Ay, leche!». Cuando esto le sucede le corre un escalofrío por la inclinada columna vertebral que casi se la endereza.

Hoy cuando ha salido a comprar al mercado ha tenido unos cuántos «¡Ay, leche!»., que ha hecho que pase una mañana de lo más reflexiva. Así que a la hora de comer está en plena forma.

—¿Tú crees, Martín, que esto es el infierno? —pregunta a su marido a la hora de comer.

Su esposo la mira un segundo y luego vuelve los ojos al plato.

—¿El cocido? —pregunta, y llena de garbanzos su cuchara.

—No, hombre, no. El mundo, la tierra —dice Agustina meneando la cabeza.

—Según —dice el marido sin comprometerse, porque conoce a su mujer.

—Se me ocurre que, a lo mejor venimos de otro planeta, venimos cuando nos morimos, claro…

—Claro —asiente Martín intentando dar caza a un trozo de jamón que nada por su plato.

—.. y si hemos sido rematadamente malos pues toca venir aquí a este mundo de locos a pasar una temporada en el infierno —dice, y después continúa embalada recordando la mañana en el mercado —, o a lo mejor ya hemos vivido aquí antes y, por eso lo de reconocer a personas o lugares sin venir a cuento…—explica— ¿Tú qué piensas? —pregunta con entusiasmo echando el cuerpo hacia adelante.

Pero Martín es hombre poco reflexivo, que ni siente ni padece, y se ha pasado la vida viéndolas venir. Así que se encoge de hombros.

—¡Qué bueno te ha salido hoy el puchero, Agustina! —la alaba acto seguido, con la esperanza de cambiar de tema.

Su mujer suspira y clava la vista, por clavarla en algún sitio, en un almanaque que cuelga en la pared. Martín toma nota mentalmente de no dejar que su esposa vuelva a ver películas de ciencia ficción, A ver si todavía van a tener un disgusto, que el cabolo juega malas pasadas y, si se usa mucho se desgasta, se dice, y se le escapa un eructillo mal disimulado.

María Jesús

 

 

5 comentarios:

  1. Hola María Jesús tu relato me ha hecho reír a pesar de que es triste como está el mundo. Un abrazo inmenso

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    1. Muchas gracias, Maribel. Sí, las penas con pan y (azúcar) son más llevaderas. Un abrazo indeleble, querida.

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  2. Qué bueno! He pasado un buen rato con Agustina y Martín 😍

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  3. Muy bueno. Yo ya firmaría porque el cabolo no se me empezase a desgastar hasta los 80 jeje

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    1. Gracias. Sí, ojalá tengamos la claridad mental de Agustina por muchos años😁 Un besazo

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