Publicado
en la Revista Almiar
El sueño de Max
Max, tumbado sobre la vieja alfombra con el
hocico apoyado entre sus reumáticas patas, se despertó sobresaltado.
Otra vez aquel dichoso sueño,
suspiró.
Max soñaba a menudo con alguien
muy semejante a él, pero mucho más joven. Ese animal corría libre y feliz —sin
collar ni cadena— por entre bosques de frondosos aromas. De repente, una niña
regordeta y con dos tiesas trenzas rubias, se abalanzaba sobre él y lo cogía en
brazos. Luego lo aturdía con palabras pegajosas e incomprensibles, y lo
besuqueaba, llenándolo de finas babas.
Después, así, apretujándolo
contra su pecho, recorrían un buen trecho hasta que, por fin, la regordeta, sin
dejar de estrujarlo, chillaba:
—¡Abuelita, abuelita, mira lo
que te traigo!
A partir de ahí, todo se le
hacía confuso y perdía la noción del tiempo. De esos espacios en blanco solo
podía rescatar breves picotazos de luz. Castigos y órdenes mezclados con
palabras dulces y golosinas.
Con el paso de los años, Max se
había acostumbrado a aquel sueño repetitivo e inquietante, pero seguía sin
saber por qué, cuando despertaba de él, le entraban aquellas ganas feroces de
atacar cualquier caperuza roja que se cruzara en su camino.
María Jesús
Que final mas bueno haces con el cuento de Caperucita. Un abrazo grande querida amiga.
ResponderEliminarMuchas gracias, Maribel querida.Un besazo😘
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