martes, 21 de marzo de 2023

 



Publicado en la Revista Almiar

 

El sueño de Max

 

Max, tumbado sobre la vieja alfombra con el hocico apoyado entre sus reumáticas patas, se despertó sobresaltado.

Otra vez aquel dichoso sueño, suspiró.

Max soñaba a menudo con alguien muy semejante a él, pero mucho más joven. Ese animal corría libre y feliz —sin collar ni cadena— por entre bosques de frondosos aromas. De repente, una niña regordeta y con dos tiesas trenzas rubias, se abalanzaba sobre él y lo cogía en brazos. Luego lo aturdía con palabras pegajosas e incomprensibles, y lo besuqueaba, llenándolo de finas babas.

Después, así, apretujándolo contra su pecho, recorrían un buen trecho hasta que, por fin, la regordeta, sin dejar de estrujarlo, chillaba:

—¡Abuelita, abuelita, mira lo que te traigo!

A partir de ahí, todo se le hacía confuso y perdía la noción del tiempo. De esos espacios en blanco solo podía rescatar breves picotazos de luz. Castigos y órdenes mezclados con palabras dulces y golosinas.

Con el paso de los años, Max se había acostumbrado a aquel sueño repetitivo e inquietante, pero seguía sin saber por qué, cuando despertaba de él, le entraban aquellas ganas feroces de atacar cualquier caperuza roja que se cruzara en su camino.

María Jesús

 

2 comentarios:

  1. Que final mas bueno haces con el cuento de Caperucita. Un abrazo grande querida amiga.

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