Desde
el árbol de las manzanas
―Hijo,
la verdad es que esta criatura es un verdadero problema ―le confesó Dios a Adán
un domingo, mientras jugaban juntos al futbolín.
El
hacedor de todas las cosas, hizo un rápido giro de muñeca y se echó hacia atrás
las largas melenas blancas.
―No
quieras saber ―prosiguió― lo mal que lleva sus redondeces. «Que me arregles la
línea que yo así no salgo, que hay que ver lo gorda que estoy…» ―imitó, el
divino, la voz meliflua del animal― ¡Bah! ―siguió― Sí que es verdad que me
quedó algo rellenita, pero ¡vamos! Para estar todo el santo día dando por saco,
tampoco creo yo…
―¡Gol!
―gritó Adán, que escuchaba solo a medias― Esta partida va a ser mía, Padre.
Dios
refunfuñó, no era buen perdedor.
―Eso
lo veremos, hijo ―dijo―. Es que ando desconcentrado con toda esta historia.
Adán
se rio por debajo del bigote.
―Me ha
salido protestona, la muy plomo ―dijo intentando concentrarse en la partida―
«Que no y que no, que yo así no salgo por el paraíso, que a ver qué pensarán de
mí los demás» ―volvió a imitarla Dios.
―No le
hagas caso, Padre, ya se le pasará ―opinó Adán intentando esquivar un gol con
un rápido giro del manillar.
―No
sé, hijo, no sé. Es tozuda como las mulas, aunque no abulte tanto. Ahora se ha
subido al manzano, porque dice que las manzanas adelgazan, y que de ahí no
piensa bajar ―suspiró profundamente haciendo que la pelota entrara en la
portería merced su hálito divino―. Esta mañana me ha dado un ultimátum: «O me
adelgazas o atente a las consecuencias». ¿Tú crees que está bien de la cabeza
esta criatura?
Adán
un poco mosqueado por la alada trampa paterna le contestó:
―Es
que Padre, de sobra sé yo, que cuando quieres eres muy tozudo.
―Ya
sabes que es superior a mis fuerzas, Adán. Lo que yo hago no puede deshacerse.
―Porque
no quieres, ¡no te digo! ―masculló Adán.
Dios
no respondió. Tenía la facultad de oír sólo lo que quería, así que siguió con
sus quejas.
―A
esta no hay quién la aguante. Se está convirtiendo en un auténtico demonio.
―Ya
será menos ―rio Adán al ver el desespero de su padre―. Todo lo exageras.
Dios
se alzó de hombros.
―¡Quiera
yo que tengas razón! ―exclamó― Pero a mí me da que esta serpiente va a traer
cola ―y alzando un dedo advirtió―: ya sabes que yo no suelo equivocarme.
María
Jesús
Buenísimo y original. Con un gran final.
ResponderEliminarMuchas gracias, Montse. Me alegro de que te haya parecido bueno. Es un relato que escribí hace ya varios años y que ahora lo he desempolvado. Un abrazo grande
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