El
apéndice
En el barrio nos miran mal. Quizá sea porque en
casa todos vestimos trajes holgados o pantalones anchos de gomas bien
extensibles en la cinturilla. Así ocultamos nuestro apéndice extralargo —como
lo llama el abuelo—. Nos depilamos casa doce horas y tenemos la costumbre de
hablar a gritos.
Hemos dominados nuestro amor
por los bananos, pero aún temblamos perceptiblemente cuando un árbol de ramos
recias y frondosa hojarasca, se cruza en nuestro camino.
María Jesús
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