"Susan Savenstock", autora: Nelly Harvey
Unos
guantes de rejilla
A
Rosalía le regalaron unos guantes blancos. Unos guantes de rejilla, llenos de
diminutos agujeros. Eran de algodón y fue él quien se los trajo de uno de sus
viajes. Se los dio un atardecer, el mismo en que ambos se juraron amor eterno. Rosalía
los guardó en uno de los cajones de su enorme armario de caoba.
Los
enamorados vivían en una ciudad portuaria, él era marino mercante y realizaba
largos viajes a tierras lejanas, pero eso a Rosalía no le importaba, pasaba sus
ausencias tejiendo ajuares y, mirando y remirando una foto de color sepia en la
que su amor aparecía de pie, mirada al frente, esbozo de sonrisa e uniforme de
gala.
Un
verano, él partió hacia unas colonias lejanas, y Rosalía lo despidió desde el
viejo puerto gris, agitando su mano y acallando las quejas de su corazón.
Los
días pasaron, los meses también y las cartas se fueron haciendo cada vez más
escasas, como si les costará cruzar el mar.
A
finales de la primavera volvió el barco, pero él no regresó. Un compañero de alma
caritativa, se apiadó de Rosalía, y le dijo que su prometido había fallecido de
fiebres tifoideas en una pequeña isla en la que habían desembarcado. Pensó que
la verdad la lastimaría más, que mejor una mentira piadosa que le permitiera guardar
intacto el recuerdo de su amado; porque, a fin de cuentas, pensaba, el que
quedó allí casado con otra mujer, era, debía de ser ya, otro hombre.
Rosalía
lloró, con un desconsuelo que le duró muchos meses, aquel amor de juventud.
Nunca supo la verdad de lo sucedido, ni jamás volvió a enamorarse, aunque sí se
casó, esta vez con alguien de tierra firme con el que tuvo un par de hijos y
una hija.
Al
correr de los años, Rosalía, ya viuda, y con los hijos viviendo lejos de ella,
vendió su casa familiar y regresó al hogar de su infancia y juventud, en la
gris ciudad portuaria, y allí vivió, cuidada por un par de viejas criadas,
hasta el fin de sus días.
Cuando
falleció, quizá por una broma del destino, de fiebres tifoideas, un par de
nietos viajaron hasta aquella ciudad para deshacer la casa. Al vaciar el
armario, grande y de caoba, de su dormitorio, encontraron perdidos detrás de un
cajón una foto picada por los años y par de guantes de rejilla, apenas sin
usar, pero ya amarillentos y resecos. Como una rosa que se hubiera marchitado
sin que nadie conociera su fragancia.
María
Jesús
Me encanta como explicas la historia de Rosalía, felicidades amiga. Un abrazo grande
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazote
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