Los
primeros okupas
Estaba yo escuchando a medio oído las noticias
de la tele cuando, ante las imágenes casi cotidianas de un desahucio, me dio
por relacionar cosas, ya saben aquello de que una oliva te lleva a la aceitera
y la aceitera al salero y el salero a la cocina y pasas a recordar que aún
tienes los platos por fregar. En fin, cosas mágicas y a veces puñeteras que
tiene la mente.
El caso es que del desahucio
me fui a los okupas, aunque por lo que recuerdo los desahuciados eran una
familia con dos niños, gato y lavadora, o sea como cualquier otra. Como iba
diciendo la asociación, —aleatoria e inocente, por supuesto—, me llevo a pensar
que los primeros okupas, o unos de los primerísimos de la historia, fueron los
admirados colonizadores, y con ellos no hubo Dios ni banco capaz de poder
echarlos hasta que decidieron irse, cuando les vino en gana.
Eso sí, no se fueron, como los
de la tele, con lo puesto, un par de bolsas, el gato, los niños y la lavadora,
no, señora; ellos arramblaron con todo lo que había de valor en la casa okupada
Y dejaron los trastos viejos
para disimular los agujeros que habían hecho en las paredes durante su
ocupación, o tal vez, fue porque el servicio de recogida de muebles y reciclaje
todavía no se había inventado. Lo que me recuerda que aún no he bajado la
basura al contenedor.
¡Ay, qué ver! los caminos de
la mente como se bifurcan, a lo tonto y a su antojo.
María Jesús
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