El elegido
Ha
recordado su primer beso de amor y un escalofrío le ha recorrido la espina
dorsal. Al principio pensaba a menudo en aquel momento que cambió su vida, pero
cada vez más, en los últimos tiempos, el recuerdo se había ido difuminando como
los perfiles de los nenúfares al atardecer. Apoyado en su bastón de roble ha
salido al jardín y se ha dirigido con paso lento hasta el estanque de aguas
casi doradas, luego ha tomado asiento en un banco de piedra y ha entornado los
ojos, todavía verdes y vivos.
Hace
ya mucho que sus hijas, —sus tres pequeñas princesas—, todas dulces y rubias
como su añorada esposa, han volado del nido y han formado sus propias familias
en otras tierras lejanas. Vienen a menudo a visitarlo, pero no es igual que
cuando las tenía cerca y saltaban, revoloteando de aquí para allá… ahora ellas
mismas son las que disfrutan de otros pequeños revoltosos y saltarines
correteando y gritando de un lado a otro. El tiempo ha pasado tan deprisa,
suspira entreabriendo los ojos y mirando el estanque. El anciano menea la
cabeza encogiendo repetidas veces los hombros y vuelve a recordar su primer
beso, que fue allí mismo, junto al estanque dorado, y piensa, como otras veces,
qué le hubiera deparado el destino si aquella mañana de primavera no hubiera
sido él, —por lo general el menos madrugador de toda la familia—, sino otro de
sus hermanos, el que hubiera salido primero a tomar el sol al jardín. Qué
aventuras hubiera vivido, a quién hubiera unido su destino, cómo habrían sido
sus días… ¿tal vez, más breves y salvajes…? menea su poderosa cabeza de cráneo
ralo, y piensa que eso ya nunca lo sabrá. Sus largos labios se extienden en una
melancólica sonrisa y se pone en pie con cierta dificultad, apoyando en el pomo
reluciente del bastón una mano rugosa,
salpicada de pequeñas manchas pardas, que acaba en unos dedos, todavía largos y flexibles de afiladas
uñas; con sus piernas cortas y encorvadas echa a andar hacia el pequeño
estanque coronado por una cantarina fuente, roza levemente las aguas quietas y
siente de nuevo el familiar escalofrío recorriendo su espina dorsal; luego,
vuelve a ver el mismo chispazo de luz, que hace tantos años, provocó el beso de
la princesa en su rugosa boca de rana.
María
Jesús
Preciosa la historia que cuentas del paso del tiempo, amiga. Un abrazo inmenso
ResponderEliminarMe alegra que te guste. Mil gracias. Besotes, querida Maribel
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