domingo, 20 de abril de 2025

 



El elegido

 

Ha recordado su primer beso de amor y un escalofrío le ha recorrido la espina dorsal. Al principio pensaba a menudo en aquel momento que cambió su vida, pero cada vez más, en los últimos tiempos, el recuerdo se había ido difuminando como los perfiles de los nenúfares al atardecer. Apoyado en su bastón de roble ha salido al jardín y se ha dirigido con paso lento hasta el estanque de aguas casi doradas, luego ha tomado asiento en un banco de piedra y ha entornado los ojos, todavía verdes y vivos.

Hace ya mucho que sus hijas, —sus tres pequeñas princesas—, todas dulces y rubias como su añorada esposa, han volado del nido y han formado sus propias familias en otras tierras lejanas. Vienen a menudo a visitarlo, pero no es igual que cuando las tenía cerca y saltaban, revoloteando de aquí para allá… ahora ellas mismas son las que disfrutan de otros pequeños revoltosos y saltarines correteando y gritando de un lado a otro. El tiempo ha pasado tan deprisa, suspira entreabriendo los ojos y mirando el estanque. El anciano menea la cabeza encogiendo repetidas veces los hombros y vuelve a recordar su primer beso, que fue allí mismo, junto al estanque dorado, y piensa, como otras veces, qué le hubiera deparado el destino si aquella mañana de primavera no hubiera sido él, —por lo general el menos madrugador de toda la familia—, sino otro de sus hermanos, el que hubiera salido primero a tomar el sol al jardín. Qué aventuras hubiera vivido, a quién hubiera unido su destino, cómo habrían sido sus días… ¿tal vez, más breves y salvajes…? menea su poderosa cabeza de cráneo ralo, y piensa que eso ya nunca lo sabrá. Sus largos labios se extienden en una melancólica sonrisa y se pone en pie con cierta dificultad, apoyando en el pomo reluciente del bastón  una mano rugosa, salpicada de pequeñas manchas pardas, que acaba en unos  dedos, todavía largos y flexibles de afiladas uñas; con sus piernas cortas y encorvadas echa a andar hacia el pequeño estanque coronado por una cantarina fuente, roza levemente las aguas quietas y siente de nuevo el familiar escalofrío recorriendo su espina dorsal; luego, vuelve a ver el mismo chispazo de luz, que hace tantos años, provocó el beso de la princesa en su rugosa boca de rana.

María Jesús

 

 


2 comentarios:

  1. Preciosa la historia que cuentas del paso del tiempo, amiga. Un abrazo inmenso

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