viernes, 3 de diciembre de 2021

 





Finalista en el 21ª edició Premi Relats en femení

del Centre cultural Sagrada Familía

 

Cuando todo acabe

Cada mañana, Elvira, al levantarse hace los suaves estiramientos que le recomendó la doctora. No es que ella tenga mucha fe en que con esos cuatro movimientos se le vayan a espabilar los huesos, pero por no mentir cuando va a la consulta de aquella jovencita de ojos grandes y mirada seria, los hace cada día. Cuando oye el tercer crujido, se detiene, como si fuera el timbre de un teatro. Hasta aquí, se dice aliviada. Luego va al baño y se asea, en los últimos tiempos, desde que todo empezó, hasta se pone un poquito de colonia, de esa fresquita que huele a flores, que le regalaron en la tienda. Después desayuna, su café con leche, sagrado, se ponga cómo se ponga la de los ojos grandes, y unas galletas redondas, que tienen avena, o eso dicen, porque ella se fía poco de los anuncios, también dicen que sirve para el tránsito intestinal, vamos, el ir de cuerpo de toda la vida, sonríe Elvira siempre que lo lee.

Mientras friega los cuatro cacharros que ha utilizado, ya empieza a sentirse nerviosa, esa inquietud alegre de cuando se espera algo bueno e inmediato, y que hace tanto tiempo que no sentía. Ordena apresuradamente, con manos más torpes de lo habitual, la casa, aunque, la verdad, en aquel piso diminuto poco espacio hay para el desorden, y, después ya, liberada del quehacer diario, se acerca ligera a la ventana del comedor y la abre de par en par, como dándole paso al sol.

Sus ojos parecen agrandarse intentando captar el mundo exterior, que desde que todo empezó, se encierra en el edificio de enfrente o, mejor, en el trozo de ese edificio que su mirada puede abarcar.

Espera impaciente. Sabe que pronto llegarán los saludos. Sonrisas de la joven que desayuna en su balcón, un ligero movimiento de cabeza del señor de más abajo… desde arriba los sonidos de una guitarra tanteando una canción, la niña morenita, más cercana, que mece un peluche entre sus brazos y le sonríe con su boca mellada… la señora Jacinta, de esta sí que sabe el nombre porque la conoce de comprar en el mercado, la saluda agitando el trapo con el que acaba de limpiar la barandilla, como si saludara a un barquito en alta mar. También sale aquel matrimonio mayor, que andan siempre con un libro o un diario entre las manos, y le dirigen una mirada amistosa, o al menos, así la recibe Elvira; poco después aparece el jovencito, bueno quizá no tan jovencito porque ya fuma, ¡y de buena mañana!, se lamenta la mujer, que siempre frunce un poco el ceño cuando lo ve, igual que lo haría con su propio hijo, si la vida le hubiera dado alguno.

La mujer mira inquieta hacia el edificio de al lado…ah, ahí está, se dice cuando ve aparecer al hombre, siempre en mangas de camisa, siempre arrastrando los pies con zapatillas y sosteniendo con firmeza la jaula del pájaro, un canario, le parece a ella que, aunque entiende poco de aves, distingue el color amarillo en el plumaje del animal. El hombre mira hacia su ventana, y alza tímidamente una mano a modo de buenos días, luego cruza los brazos y los apoya en la baranda, se gira, y parece decirle algo al pajarillo. Elvira piensa, que a juzgar por los trinos que le llegan, aquel canario tiene más pulmones que oído.

Sonríe para sí, y se maravilla por enésima vez, de lo que han conseguido en poco tiempo unos aplausos encadenados de balcón a balcón, han puesto rostro a los edificios anónimos, han abierto sonrisas, gestos de complicidad entre las personas, que se entienden sin palabras.

Elvira suspira casi feliz, y piensa en lo sola que estaba antes, sin saberlo, y se pregunta, con un punto de tristeza, si cuando todo aquello pase volverá a esa soledad de sus mañanas y sus tardes, que ahora le parece tan lejana.


                                                                                            María Jesús

 

 

 

6 comentarios:

  1. Muy bonito. No todo ha sido malo en la pandemia, pero lo peor es que aún en este momento no podemos hablar de ella en pasado. Cuando nos parecía que con tantas vacunas teníamos al caballo domado, se encarga el virus de demostrarnos lo contrario

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    1. Muchas gracias. Cierto, no podemos bajar la guardia, ni quitar el pie del estribo. ¡Ojalá de todo esto seamos capaces de sacar algo bueno! Un abrazo fuerte.

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  2. La soledad es un monstruo grande y pisa fuerte, y el egoísmo y el individualismo y...los tiempos que corren, siempre a contracorriente de la ternura, aunque en ocasiones, como esta, el egoísmo se disimula detrás de unos aplausos.

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  3. Bueno... pongámosle una vela a la esperanza. ¡Besos grandes!

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  4. Una historia donde se mezclan la alegría y la tristeza, Me ha gustado mucho.

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    1. Gracias por tu comentario, Maribel. Un placer que te pases por aquí. Besos

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