La
oficina de las memorias perdidas
Hay un lugar, bastante visitado, por cierto,
que está localizado en una calle sin nombre, medio oculta entre las pequeñas
arterías del casco viejo.
Allí suelen acudir las
personas que, en un momento u otro, han perdido su memoria, bien sea un
pedacito de ella o en su totalidad.
El personal que atiende es muy
amable, pero escaso. Por culpa de los últimos recortes se ha tenido que prescindir
de la mitad de la plantilla; así es que ahora, no hay nadie en información que
te oriente a la hora de rellenar las solicitudes para cursar la petición. Esto
ha supuesto, aparte de más de un robo ―por distracción— de los bolígrafos, que
están allí a disposición de todos, otras cuestiones de mayor envergadura.
Las personas, que no recuerdan
sus datos —por algo están allí claro—, rellenan las instancias con lo que se
les ocurre en el momento y, luego, tan felices, presentan en ventanilla los impresos.
En la oficina los empleados
son eficientes y trabajan bien, por lo que siempre se sale de ella con la
memoria recuperada, aunque, a menudo, esta no se corresponde con la que se
había perdido; sin embargo, hasta el momento, no ha habido ninguna reclamación
con respecto a ello; al contrario, según los últimos datos publicados en el
BOE, las cifras del aburrimiento vital han caído en picado.
María Jesús
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