Las
vidas de Lola
Desde
pequeñita Lola solo tenía un afán, pero era un afán muy ambicioso. Quería vivir
muchas vidas.
Un
día Lola decidió ser trompetista, así que bajó a comprarse una trompeta y unas
cuantas partituras en la tienda de la esquina. Poco a poco descifró aquellas
notas que, parecían pajaritos sobre cables de la luz, y tocó alguna canción.
Cerró los ojos y el olor a humo y bourbon,
la poseyó como lo haría un buen perfume. La deslumbró el brillo de los blancos
dientes del pianista que la acompañaba siguiéndole el ritmo sin perderse. Se
empapó de la tristeza de aquel local de entreguerras, del que no sabía el nombre,
luego abrió los ojos.
Otro
día Lola decidió ser viajante de comercio y recorrer mundo. Se compró unas
buenas zapatillas de deporte y un maletín para llevar las muestras de los
productos —todavía no había decidido cuales serían—, y dando un par de vueltas
por su comedor, se vio sentada en un tren, de aquellos que corren tanto que el
paisaje se difumina a través de las ventanas. Charló con la abuelita que iba
sentada a su lado, le regaló un caramelo a la niña de las trenzas que iba
enfrente e, incluso consiguió venderle una bobina de buen hilo azul marino —eso
era finalmente lo que contenía su maletín—, a un señor muy trajeado que hablaba
por el móvil, arriba y abajo del pasillo, como si persiguiera alguna presa.
Pronto el tren entró en un túnel y Lola volvió al comedor de casa.
Una
tarde al merendar Lola decidió que se haría repostera. Compró harina, huevos,
azúcar y leche y se puso a hornear dulces bollos, que luego repartió por la
escalera a todos los vecinos. Sus manos y su pelo se perfumaron con el aroma de
la miel y el calor de los pasteles, su corazón se esponjó como una masa bien
horneada, pero los ingredientes se acabaron y la cocina quedó hecha un
desastre. Lola tardó tres horas en recogerla, para cuando acabó ya estaba
oscureciendo.
Una
noche al acostarse Lola decidió que sería abogada. Defendería a los inocentes
ante las leyes injustas, se dijo colocándose la toga y el birrete como si
fueran el pijama. De pronto el olor a madera vieja y las miradas llenas de
miedo y esperanza la rodearon y, cuando sonó el golpe seco de la maza del juez
sobre el estrado, sintió un escalofrío y se quedó dormida.
Esta
mañana al despertar, Lola se encontró con que era una mujer muy vieja, no
recordó haber decidido eso en ningún momento de su vida o de sus sueños, pero
ahí estaban esas manos arrugadas, esas rodillas artríticas, esos ojos
mortecinos, ese corazón desacompasado… era toda una abuela y, ahora, su único
afán consistía en vivir un día más, sin importarle en qué vida lo hiciera.
María Jesús
Parece como si fuera una sucesión de vidas que va teniendo la protagonista .Me ha gustado.
ResponderEliminarMe alegro mucho. Esa era la idea. A la querida Lola, una vida le quedaba corta. Un abrazo grande, Maribel.
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