viernes, 22 de diciembre de 2023

 



Las buenas intenciones

 

Subiremos al altillo las buenas intenciones. Las dejaremos macerando entre la humedad y los ácaros. Dormidos los arpegios de la zambomba y la pandereta, y la cantinela, dulce como el anís, de los villancicos de siempre.

Cobijados entre postales rebosantes de palabras entrañables y de hermosos colorines, resguardados por el espumillón y los pastores de plástico o terracota, olvidaremos también las buenas intenciones y seguiremos con las de siempre, que nunca son de una pieza, ni de un único color.

Metidita entre pajas cobijaremos la paz —no sea que si la aireamos se nos desgaste— y amaremos desde lejos a los hombres de buena voluntad, si es que tenemos la ventura de encontrarlos en algún mes del año y la fortuna de saberlos reconocer al hallarlos.

Trastearemos los viejos nuevos propósitos de cada enero al ritmo de las campanillas y de las canciones de burbujas sonrosadas que nos felicitan sin cesar a golpe de timbales. Recibiremos y daremos, sin mirar a quien, nuestros abrazos rellenos de cava helado, junto a nuestros deseos de felicidad impermeable.

Luego esperaremos, agarradas a la última brizna de magia que queda en nuestros corazones de niñas, a que lleguen esos tres inmigrantes de lujo montados a camello y nos traigan la fuerza y la ilusión necesaria para encarar el nuevo año, antes de que se nos escurran los días, se oscurezcan las sonrisas y el año se nos empiece a desteñir entre las manos.

María Jesús

lunes, 4 de diciembre de 2023

 



Sin manos que lo gobierne

 

Sin manos que lo gobierne

se extiende el licor rosado

resbalando, velozmente,

por el cielo azul celeste

puntos de plata salpican

aquí y allá el firmamento.

Húmeda luz rojiza

que resbalas cada tarde

desde el cielo hasta la mar

donde ahogas para siempre

un día más

María Jesús

 

miércoles, 15 de noviembre de 2023

 



Escrito en las estrellas

 

Mi madre decía que era pitonisa diplomada, y en casa nadie se lo discutía, pero en realidad todos sabíamos que lo de leer el futuro no era lo suyo. Ya, en su primer embarazo aseguró, con firmeza teutona, que iba a dar a luz una preciosa niña de ojos azules, y nació mi hermano, moreno como la pez y con los ojos más oscuros que Machín; después, cuando volvió a quedar embarazada, comentaba a diestro y siniestro, que lo que llevaba en el vientre eran, ¡nada menos!, que trillizas, todas niñas, claro, y nací yo, más solo que la una, y varón para más señas.

A partir de aquí, mi padre perdió interés en sus predicciones, y lo puso en la vecina del segundo, con la que se fugó unos meses más tarde.  Mi madre se lo tomó como un gaje más de su oficio, limpió con más vigor su bola de cristal, y siguió prediciendo el futuro; un futuro tan lejano, que nunca sucedía. Así, cuando mi hermano y yo éramos niños, vaticinó mirando embelesada a mi hermano: «La de corazones que romperá éste cuando crezca»; luego se giró hacia mí, y con voz resignada dijo: «y la de zapatos que destrozará éste otro vagabundeando por ahí». 

Andando el tiempo, mi hermano se convirtió en zapatero remendón y un servidor en matarife.

Nuestra infancia, y aún más, nuestra adolescencia, fue un cúmulo de despropósitos. Si en su famosa bola ahumada ella veía de repente la imagen de una tormenta de granizo y nieve, a nosotros nos tocaba salir equipados a la calle como para subir al Himalaya, —daba igual que aquel día amaneciera con un sol que hiciera chiribitas desde el cielo—; si teníamos un examen, ella nos aseguraba que iban a salir preguntas, que a los profesores ni se les habían pasado por la imaginación que existieran; si nos gustaba una chica, ella nos advertía de sus bondades o defectos, sin dar en el blanco ni por casualidad. No digo que todo fuera culpa suya, pero el hecho de que mi hermano y yo hayamos llegado solteros a los cuarenta, no ha sido sólo por voluntad propia.

Sin embargo, nosotros, hijos del destino, según ella, y más sufridos que una piedra pómez, según el resto de la familia, nunca le reprochamos nada, nos acostumbramos a escucharla, sin oírla, y a darle la razón, entre sonrisas de complicidad burlona, como por otra parte, hacía la mayoría de la familia y de los vecinos.

Hace unos días, en los albores de diciembre, cuando abrió aquellos ojos como dos pelotas de ping-pong, y empezó, a lo que ella llamaba levitar, (y el resto de los mortales caminar de puntillas), mientras iba murmurando: tres, dos, uno, cero, tres, dos, uno, cero… no le hicimos caso, pensando que quizá pensaba en una futura ascensión a la luna, ya que, en los últimos tiempos, le había dado por los viajes astrales, y otros palos de la misma baraja. Pero ella, aseguró con aquel convencimiento suyo, que no había menguado ni un ápice con el correr de los años, que era una señal de la fortuna, y que iba a comprar una serie de la lotería con esos números.

Quizá porque fue antes del desayuno y era lunes, o tal vez porque nos cogió desprevenidos, esa vez no pudimos disimular las carcajadas, que se esparcieron, con hambre atrasada, por todos los rincones de la casa. Recuerdo su mirada —aquellas orondas y blancas pelotas de ping-pong, se convirtieron en dos afilados colmillos de serpiente—, y desde entonces no nos dirigió la palabra.

Por eso hoy, veintidós de diciembre, cuando han cantado el número del gordo de Navidad, y hemos oído: «Tres mil doscientos diez, cuatro millones de euros, tres mil doscientos diez, cuatro millones de euros…», mi hermano y yo, como un solo hombre, salimos corriendo de nuestros respectivos trabajos, y nos presentamos en casa, henchidos de felicidad y de amor materno, pero sólo hemos encontrado en ella, la bola de cristal sobre la mesa del comedor, con una tarjeta al lado, escrita con la letra picuda y desigual de mi madre, que decía:

«Me voy a vivir el presente, porque estoy hasta el chacra de la coronilla del futuro. Os dejo la bola. Besos. Mamá».

María Jesús

 

 

 

 

jueves, 2 de noviembre de 2023

 



Lienzo de Diego González


La ternura

dulcemente recostada

en el borde de un poema,

se envenena la mirada

con los pétalos de un verso

—Rosado y lila― suspira el aire

que la contempla

por la ventana entreabierta ...

María Jesús

 

miércoles, 18 de octubre de 2023

 


Muchacho con un perro (Murillo)


Certamen Carmen Martín Gaite “Villa de Lumbrales”2019

Primer premio

 

Nunca sabrás sumar lo que te odio

 

… Y me llevo dos, no, me llevo tres ¿dónde he puesto la goma? Me la ha cogido Sánchez, seguro, porque estaba aquí… Pan con Nocilla, eso espero, si no, mamá, te las cargas, que a ella no le das bocatas de chorizo, no, a la nena, galletitas de esas blancas. ¡Qué hambre! ¡Jolines! si no me acordaba de que hoy viene la abuela, siete y cinco, trece, ¿trece?, no, doce y me llevo una ¿Será burro Gómez? ¿Para qué se tapa? Ni que le fuera a copiar… ¡Jope, la abuela!, a ver qué me traerá, que con el rollo de que tengo que crecer siempre me trae un bocata de pollo rebozado ¡Puaj! y luego se me hace “bola” y tengo que escupirla y ¡Hala! “Qué niño más cochino” y ella ¿qué? siempre sacándose y poniéndose los dientes esos y por la noche los mete en un vaso que parecen la raspa de un pescado en una pecera… ¡Qué bien! Hoy echan “Los payasos” tuturututú un circo… Igual a mamá se le ha olvidado el castigo y no le ha dicho nada a la abuela, con la memoria de mosquito que tiene. Levanto la mano y me voy al lavabo, así hago tiempo, ¡Jope, mira qué listo el Cardona!, ya se me ha colado… Bueno, las multiplicaciones ya están, ¡Epa! que faltaba un problema: “Si tienes cuarenta ciruelas…”, ¡Qué asco las ciruelas, que parecen ojos podridos de dragones! ¡Qué grandes son! y peligrosos, bueno los que comían hierba no, pero grandes eran igual... Y das tres a tu hermana…  después de lo de ayer no le doy ni tres ni una, la mimada de la casa ¡Qué pesados todos! Con que cuides a la hermanita, que es más pequeña, más pequeña ni más pequeña, pues que hubiera nacido antes, no te digo. Y la tonta venga a llorar, siempre con los llantos, que parece de mantequilla ¡Ahí va! el lápiz otra vez al suelo… que la tocas así con el dedo y ya está que parece que llegan los bomberos ni nu… ni nu… con los gritos que da… Tres a tu hermana y cinco a tu primo y tú te comes dos, pues las vomito, ji, ji, ¡Uy!, la seño no me quita ojo, parece el gato del tío Tomás que te mira así, fijo como una lechuza, que te cagas de miedo… Un perro, eso sí que mola. Un perro de esos con mucho pelo… Canelo, no, Niebla como el de Heidi, y mi hermana, ni tocarlo, ¿no es pequeña? Pero para zamparse las ruedas de mi coche no es pequeña, no, que vaya la que armó ayer, así que al perro, ni tocarlo, que igual también se lo come, la muy bruta. Sería mío y vendría al cole a buscarme, se iba a enterar Santacruz, siempre chuleando de su loro que dice su nombre: “Santacruz, Santacruz…” ¿Cuántas ciruelas te quedan? Bueno, igual le dice “Juanito, Juanito…” porque no lo llamará por el apellido, digo yo… A lo mejor mamá ya ha vuelto del hospital, que no sé el miedo que le entró porque la nena se puso roja como una manzana de esas de las ferias, que brillaba y todo y venga a echar babas, que parecía un caracol ¡Uf, qué asco! Y luego el marrano soy yo, “¿No te dije que vigilaras a tu hermana? ¿No te dije que vigilaras a tu hermana?” Y yo que me he quedado sin el coche ¿qué? que era mío, bien mío, que me lo regaló la tita Pilar por mi santo. Una ladrona es mi hermanita, y luego encima la culpa yo, que tendría que tener veinte ojos como un pulpo ¿o no? esos lo que tienen son brazos llenos de ventosas, que para atarla también servirían… “Que vigiles a tu hermana” y la muy burra ladrona no tuvo bastante con robarme el coche que se tuvo que tragar las ruedas con los hierrecillos y todo, y luego mamá venga a hipar, que parecía que se iba para dentro del cuerpo ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! gritando cómo una folklórica de esas que salen por la tele, y yo castigado, sin cenar y sin tele, y en mi habitación, que no pude ver ni cuando llegó la ambulancia. “Carlos, a tu cuarto”, que desde que está la mocosa esa ya nadie me llama Carlitos, el mayor, el mayor… Hala, solo castigos y regañinas sin parar, y ella, allí, sonriendo como una bruja en su trona y comiéndose las ruedas de mis coches ¿Cuántas ciruelas eran…? Ya me he descontado otra vez… Si es que hasta desde el hospital me fastidia la mocosa esa…

María Jesús

 

 

martes, 10 de octubre de 2023

 



Sabiduría popular

 

Hubo una vez un lugar en el que vivió una mona que se vistió de seda y se convirtió en princesa. Se casó con un oso barbilampiño que, era muy hermoso, y adoptaron una cabra que montó un chiringuito en la playa.

Al chiringuito acudían: galgos de probada casta y cola corta, gatos que por la noche eran blancos, perros que comían longanizas, cuervos bien criados que ni se acercaron a un ojo, ovejas sin pareja, un cerdo que se llamaba Martín y comía margaritas, asnos que degustaban miel y caballos que, aún y ser regalados, iban enseñando el dentado.

Por aquella playa, con cuya arena jamás se levantó un castillo, acertó a pasar un hombre que se encontró una piedra y tropezó con ella, no una ni dos, sino un millón de veces al día.

 

María Jesús

 

sábado, 30 de septiembre de 2023

 



Conciencia

 

Habían tirado al libro nuevo de cuentos por la ventana. No había sido un suicidio, lo habían tirado, porque mientras caía se le escuchó gritar pidiendo auxilio. Lo habían asesinado y tenía que haber sido alguien de los que ocupaban aquella habitación.

    Era un cuarto infantil: una cama, una mesita de noche, una estantería, y una mesa redonda y pequeña, con una silla a juego. Todos los muebles eran de madera azul y, aquí y allá, de la habitación, se veían juguetes desperdigados que ocupaban parte del suelo y de los estantes.

    Nadie vio nada, ni nadie sospechaba de nadie, pero alguien tuvo que ser.

    ―Yo no he sido, yo no he sido ―sollozaba el oso de felpa mientras cruzaba las regordetas zarpas blancas sobre el hociquillo marrón.

    ―No te pongas tan nervioso, nadie te está acusando —le consoló el balón de colores desde el suelo.

    Durante unos minutos se hizo un silencio, todos se miraban de reojo, pero nadie decía nada.

    —Bien, amigos, parece que el culpable no quiere salir —dijo con voz ronca el decano de los juguetes, un caballo balancín de madera clara y montura deslucida, y siguió—: la verdad, a nadie le caía bien el pesado libro de cuentos, pero eso no era motivo para tirarlo por la ventana, aunque fuera tan arrogante y orgulloso, no —cabeceó con lentitud—, no era motivo —acabó muy serio. 

      —Bueno, tirarlo no debió de ser cosa fácil, porque pesaba lo suyo —argumentó el segundo estante de la pared.

    —¡Bah, todo dibujo y poca letra! —exclamó un lápiz colorado que llevaba rodando por el suelo una semana.

  —Dibujos o no, pesaba lo suyo, tuvo que hacer falta alguien con mucha fuerza para darle el empujón y tirarlo por la ventana —comentó el payaso triste del cuadro.

    —Eh, a mí no me miréis —dijo la silla que se tenía por forzuda—. No me he movido de aquí desde ayer —aseguró—.  La mesa os lo puede decir.

    —Es verdad —confirmó la desvencijada mesa con su suave voz de pino—, aquí hemos estado las dos juntas desde ayer.    

     —A lo mejor lo empujaron entre dos —observó caviloso el coche de carreras asomando el morro verde por debajo de la cama.

    Hubo un momento de silencio, todos meditaron calladamente, de pronto, los lamentos del oso se volvieron a sentir:

    —Yo no he sido, os lo prometo —dijo―. Ya sé que fui el último en hablar con él y que he estado cerca de la ventana toda la mañana, pero os juro que me quedé dormido y no he visto nada. Os digo la verdad, tenéis que creerme –volvió a sollozar.

    ―Nadie sospecha de ti ―se impacientó el soldado de plástico amarillo, que tenía una despuntada bayoneta entre las descoloridas manos―. Entre otras cosas, eres demasiado pequeño y no tienes suficiente fuerza para empujar ni a una canica ―siguió con voz dura―. Así que estate tranquilo y deja ya de sollozar que nos estás poniendo nerviosos a todos.

    ―¿Cómo que ni para empujar a una canica? ¿Quieres decir acaso que las canicas no tenemos ninguna fuerza? pues que sepas que somos las más veloces de la habitación y la velocidad.... ―el saco agujereado de las canicas de cristal habló a voz en grito.

    ―Bueno, bueno, ya basta, no nos vamos a enfadar ahora entre nosotros ―terció el caballo―. Se acabó. Todos sabemos que el culpable es alguien de esta habitación, pero si no quiere decir quién es y explicar por qué lo hizo, allá él. En su conciencia quedará para siempre ―sentenció con su voz rugosa y grave.

    Los demás asintieron, todos sentían mucho respeto por el «viejo», como lo llamaban cariñosamente, ya que fue el primer juguete en llegar a la habitación.

    Poco a poco fueron volviendo a sus quehaceres respectivos, pero de tarde en tarde suspiraban y miraban de reojo a la ventana que permanecía entreabierta; sobre ella, la cortina de cretona ocre, silbaba por lo bajo.

   Llevaba en la habitación muchos años, pero era un poco rara y nadie le hacía nunca mucho caso. Se comentaba que de tanto estar colgada no le funcionaba bien la cabeza, así que el resto de sus compañeros de habitación intentaban evitarla y, en las pocas ocasiones en que les dirigía la palabra, le daban la razón.

    Su silbido era quedo y alegre: «A tomar viento ese pesado, siempre con su Érase una vez… Anda ya y que se pudra en la calle, o en ese lugar muy lejano del que siempre hablaba. ¿No decía que le tenía envidia porque siempre estoy quieta, mirando la calle y el mundo de afuera? ¿No decía que nunca podría moverme de aquí? Mientras que él, en cambio, era libre porque con sus historias siempre viajaba a países lejanos y a bosques encantados… y, el muy orgulloso, el muy soberbio, mientras lo decía me miraba de reojo, con desprecio ―se dio un ligero impulso y se balanceó con energía―. Bah... y el tonto del caballo, que ya chochea, dice que «quedará en mi conciencia» ¿Quedará en mi conciencia cómo le empujé con mi tela, con alevosía y sin que nadie me viera, cuando el estúpido se acercó a la ventana «para respirar el aire fresco de la primavera»? ¿Quedará en mi conciencia su último grito: «Fiiiiiiiiin» cuando por fin cayó en la calle, con sus hojas volando cada una por su lado? ¿No sabe ese caballo viejo que las conciencias se lavan? sobre todo la mía que es de tela».

 Y la cortina soltó una carcajada histérica, y siguió balanceándose con aire satisfecho, ante la mirada indiferente y compasiva de sus compañeros de habitación.

María Jesús

 

 

 

jueves, 21 de septiembre de 2023

 



El mundo era, solamente, un costurero

 

El mundo era, solamente, un costurero

lleno de hebras de colores,

 arco iris sin orden ni concierto

Botones redondos y cuadrados,

forrados, diminutos, lisos o labrados

Dedales plateados

 surcados de agujeros en los lados

Un sinfín de agujas y alfileres,

espadas diminutas en un mundo de paz

Cintas blancas y viejas cremalleras,

ajadas supervivientes de lo inútil,

Unas tijeras afiladas y un acerico

 que fue de terciopelo un día

Retales atados

con deshilachadas cintas apretadas

El mundo era, solamente, un costurero

Unas manos trabajadas,

 cálidas y nerviosas, enhebrando las agujas

Una radio al atardecer, enferma de nostalgia

 de patrias exiliadas y de amores fracasados

Unos ojos infantiles

 y unas manos inquietas tocándolo todo

Un “estate quieta”,

un “deja eso”,

un “tráeme aquello” ...

Tardes de sol o de lluvia

que quedaban fuera del cristal de la ventana

Suspiros de madres con la esperanza

remendada

sueños de hijas con ilusiones

apenas hilvanadas

El mundo era, solamente, un costurero

María Jesús

 

 

 

lunes, 11 de septiembre de 2023

 


Seleccionado en el microconcurso IX edición

 Biblioteca Esteve Paluzie

 

Sospechas

Le dije que me tiraban las sisas de la armadura, que se había pasado cien quintales con las hombreras, pero él, erre que erre; que si yo qué sabré, que si el herrero es él… pues, hombre, digo yo que algo entenderé de estos menesteres, que soy quien se va a la guerra con ella puesta… que no tengo ni libertad de movimiento, ni movimiento siquiera. Encima mi mujer apoyándolo: que tamaña pejiguera, que iba hecho un plumín, que otros llorasen con mis ojos…

Y, con todo, lo que más me reconcome es esa miradilla de alegría que se cruzaron los dos cuando encabalgué.

María Jesús

 

 

 

lunes, 4 de septiembre de 2023

 



¡Qué difícil es esto de escribir!

 

¡Qué difícil es esto de escribir! Buscar ideas, desecharlas, volverlas a tomar, acorralarlas, domarlas, mimarlas, darles giros y vueltas, tocar y retocar y, finalmente, quedar siempre insatisfecha.

Masticar la soledad y sentir, al mismo tiempo, la cabeza como un mercadillo de voces, gestos, miradas, que se disputan tus ideas para formarse y nacer como personajes; objetos y espacios que se dan codazos entre ellos, para hacerse un hueco en el escenario; voces narrativas que pasan de primera a tercera, de tercera a segunda y, tiro porque me toca.

Una reflexiona a menudo acodada entre página en blanco y página escrita, que, si esto de vivir tiene ya dudoso sentido, lo de ponerse a escribir mientras dura el recorrido, para qué hablar.

Pero aún hay algo más difícil que escribir.

Si en un momento de debilidad vanidosa o de debilidad generosa, según se quiera, brillar por nuestros textos o compartirlos, decidimos, inocentemente, echar mano de las guías de los múltiples concursos que se celebran en el país, y lanzarnos a la palestra del premio o la publicación, habremos abierto de par en par la caja de los truenos.

Encajar los textos en los concursos, no es cuestión baladí. Miles de concursos con mil impertinencias y caprichos. Que si los márgenes corintios, que si la letra picuda, que si las copias a carboncillo, que si la cantidad cabal de páginas y líneas, que si la forma de envío por paloma mensajera, que si jura y perjura que es tuyo, que si te arrancamos el corazón si nos enteramos de que no es inédito…

Pero entre todo, lo que más coraje da, son los temas obligados. Hoy, sin ir más lejos, han llegado hasta mis manos tres concursos distintos. En uno, el argumento tiene que hacer referencia a las minas, en otro a la igualdad de género y, el tercero, pretende que se hable de la obesidad y su día a día.

En mi cabeza se mezclan los tres como los dados en un cubilete: mujer obesa, que vence la opinión pública y familiar, y se coloca de minera, se me ocurre a bote pronto; claro, que, reflexiono agudamente, con tanto corretear por aquellas gargantas de carbón, es muy probable que mi protagonista —aparte de ensuciarse—, adelgace con presteza… y eso me conduce a otra historia, que quizá podré aprovechar si encuentro algún concurso con temática de: chica guapa —un pelín tiznada por los gajes del oficio—, y recientemente adelgazada, asciende en su profesión: de minera a jefa de minas; la muchacha, sin embargo, es desgraciada en su vida privada. Le echa demasiadas horas al trabajo, debido a lo cual, su pareja la abandona por otra, que trabaja menos, pero que cocina y limpia más y sin rechistar, después de su jornada laboral retribuida, y que, para colmo de eficiencia, sabe hacer encaje de bolillo mientras practica la danza del vientre en lasciva ropa interior. Ante el abandono, ella recae, y vuelve a consumir toneladas de fritos y chocolates, tornándose otra vez oronda tirando a obesa y, en éstas, de tanto ir a la tienda a por suministros —ya se sabe que el roce hace el cariño— se acaba enamorando de la churrería del pueblo con churrero incluido. Como sea que el negocio está más para allá que para acá, la chica decide invertir los ahorros de toda su vida, arranca la churrería de los brazos hambrientos de la quiebra y, en un par de párrafos, la convierte en un negocio de éxito, capaz de cotizar en bolsa.

Mi protagonista puede seguir manteniendo sus kilos de más (o incluso aumentarlos) sin remordimientos de cláusula de concurso alguno y vive, dulcemente feliz, con su churrero. Fin.

Pero ahora que tengo el material dispuesto, me percato de que, en ambos relatos, me he excedido en el número permitido de caracteres con espacio.  Lo dicho: ¡Qué difícil es esto de escribir!

María Jesús

 

 

martes, 22 de agosto de 2023

 




Como una daga dorada

 

Como una daga dorada

el sol

—amarillo y tibio―

atraviesa sin piedad

el centro del corazón

de la hoja del jardín.

Un cómplice

—soplo de aire―

hace desaparecer el cuerpo

y borra

—gotas de sombra—

que se quedaron prendidas

sobre la tierra callada

María Jesús

 

 

jueves, 10 de agosto de 2023

 




Desde el árbol de las manzanas

 

―Hijo, la verdad es que esta criatura es un verdadero problema ―le confesó Dios a Adán un domingo, mientras jugaban juntos al futbolín.

El hacedor de todas las cosas, hizo un rápido giro de muñeca y se echó hacia atrás las largas melenas blancas.

―No quieras saber ―prosiguió― lo mal que lleva sus redondeces. «Que me arregles la línea que yo así no salgo, que hay que ver lo gorda que estoy…» ―imitó, el divino, la voz meliflua del animal― ¡Bah! ―siguió― Sí que es verdad que me quedó algo rellenita, pero ¡vamos! Para estar todo el santo día dando por saco, tampoco creo yo…

―¡Gol! ―gritó Adán, que escuchaba solo a medias― Esta partida va a ser mía, Padre.

Dios refunfuñó, no era buen perdedor.

―Eso lo veremos, hijo ―dijo―. Es que ando desconcentrado con toda esta historia.

Adán se rio por debajo del bigote.

―Me ha salido protestona, la muy plomo ―dijo intentando concentrarse en la partida― «Que no y que no, que yo así no salgo por el paraíso, que a ver qué pensarán de mí los demás» ―volvió a imitarla Dios.

―No le hagas caso, Padre, ya se le pasará ―opinó Adán intentando esquivar un gol con un rápido giro del manillar.

―No sé, hijo, no sé. Es tozuda como las mulas, aunque no abulte tanto. Ahora se ha subido al manzano, porque dice que las manzanas adelgazan, y que de ahí no piensa bajar ―suspiró profundamente haciendo que la pelota entrara en la portería merced su hálito divino―. Esta mañana me ha dado un ultimátum: «O me adelgazas o atente a las consecuencias». ¿Tú crees que está bien de la cabeza esta criatura?

Adán un poco mosqueado por la alada trampa paterna le contestó:

―Es que Padre, de sobra sé yo, que cuando quieres eres muy tozudo.

―Ya sabes que es superior a mis fuerzas, Adán. Lo que yo hago no puede deshacerse.

―Porque no quieres, ¡no te digo! ―masculló Adán.

Dios no respondió. Tenía la facultad de oír sólo lo que quería, así que siguió con sus quejas.

―A esta no hay quién la aguante. Se está convirtiendo en un auténtico demonio.

―Ya será menos ―rio Adán al ver el desespero de su padre―. Todo lo exageras.

Dios se alzó de hombros.

―¡Quiera yo que tengas razón! ―exclamó― Pero a mí me da que esta serpiente va a traer cola ―y alzando un dedo advirtió―: ya sabes que yo no suelo equivocarme.

María Jesús

 

 

 

 

 

lunes, 31 de julio de 2023

 

                                                                   (Tomada en la red)


Receta para un día de feria

 

Si nos apetece un buen día de feria, solo necesitamos poner a macerar un pedacito de ilusión añil que aún conservemos, y tirar de un hilo de algodón rosado, que encontraremos en cualquier rincón de la memoria; seguidamente, aderezamos con un caballito, ni muy blanco ni muy rojo, que pueda dar una vuelta completa sin marearse, aunque mejor si son dos o tres. Le añadimos un buen puñado de aroma a churros, sin pasarnos con el dulce cobrizo, y vertemos por los lados una tonadilla alegre y machacona, con un punto de nostalgia.

Para evitar salpicaduras indelebles, no olvidemos colocarnos el mandil azulado de la infancia.

Y, el día de feria, queda listo para servir.

María Jesús

 

 

jueves, 20 de julio de 2023

 


Nube blanca de algodón

sobre la pizarra azul.

Dibujo inquieto

en el tiempo,

que se acerca

Y que se aleja…

Mágica forma

que vuela

y que nunca jamás…

regresa

María Jesús

 

 

lunes, 10 de julio de 2023

 


Cambio de rumbo

(Extracto del diario de J. Silver)

 

Quizá se debía a aquel afán de aprovecharlo todo que tenía mi madre, pero lo cierto es que cuando, por equivocación, llegó a casa aquel baúl lleno de ropajes variopintos y estrafalarios, no dudó ni un segundo en que se hiciera uso de ellos.

Ella eligió un vestido rococó y, sin empacho alguno, se paseaba por la casa, un modesto piso de sesenta metros cuadrados, ataviada como María Antonieta. El efecto, si se quiere, era bonito a la par que llamativo; sin embargo, aquellos miriñaques, o lo que fuera que usara bajo las amplias faldas, hacía que cada vez que entraba en alguna habitación, quedara encallada —a estribor y a babor— en el dintel de la puerta, y se necesitaban los esfuerzos unidos de varios miembros de la familia para desatascarla.  Sus ropajes tampoco favorecían, en demasía, el vaivén de la tripulación casera por el angosto pasillo. Tal vez por ese motivo, para compensar, mi padre decidió vestirse de Tarzán, y andar en taparrabos todo el día, desplazándose cómodamente por la casa de liana en liana —las sogas firmemente enroscadas en lámparas y demás aparejos sobresalientes del techo—.

En cuanto a mis abuelos, los únicos que podían haber echado un cable a la cordura familiar, hacía ya muchos años que habían optado por vestirse con los simpáticos trajecillos de Hansel y Gretel. La elección, según explicaban, se debió a un acto de generosidad. Ambas, como es sabido, son figuras de poco calado que apenas ocupan espacio, pero las generosas almas no contaron —en mi hogar nadie piensa en el futuro ni siquiera en el presente— con los achaques propios de la edad, y ahora surcan la casa con los dos andadores a rastras, que, dicho sea de paso, abultan más que ellos. Huelgo decir, las difíciles maniobras que tienen lugar, cuando en cualquier recodo de la casa, se topan de frente con mi madre.

Mis hermanas, gemelas y mayores que yo, —no sé sí en este orden— son: la virgen María y el arcángel san Gabriel. Les dejo a su imaginación la situación diaria en la bendita hora del ángelus, cuando en el momento de la Anunciación a mi padre se le escapan alguno de sus gorgoritos tarzanescos al cambiar de liana, mi madre deja ir con soltura el lastre de sus faldas, y los yayos aportan, dulcemente, la percusión de sus tacatacas, encallados al compás.

Cuando yo nací, no sé si por los antecedentes fraternos, o porque el baúl estaba ya a dos velas, se me reservó el papel de Mesías —un pañalete, un arito dorado en la cabeza y, allí te las compongas—, pero en mis planes, mi rol era otro.

Desde bien pequeño, fui consciente de que alguien tenía que llevar allí el timón, si no quería que aquella tripulación de seres extraños zozobrara. Así que me dediqué a su cuidado, y mal que bien me las he ingeniado para ir tirando de ella contra viento y marea, achicando dificultades, zafándome de problemas, poniéndola al abrigo de tormentas y quebrantos y, alimentándola, porque, entre nosotros, serán raros, pero comer comen igual que los que no lo son, y aún más, diría yo. Con grandes esfuerzos he conseguido juntar unos ahorros que guardo en un cofrecillo, sepultado en la jardinera de la entrada, dinero que les permitirán vivir sin naufragar, ni dar demasiado la nota, hasta el fin de sus vidas.

He decidido darle la llave del tesoro a Gabriel que, cuando no tiene lo del ángelus, y esconde las alas, es una tipa bastante normal y sensata. Ella los conducirá a buen puerto.

En cuanto a mí, me han llegado voces de que La Hispaniola está ya terminada, así que, en cuanto el ebanista del barrio me tenga acabada la pata de palo, cogeré el último disfraz que queda en el fondo del baúl, me enrolaré como cocinero, y me haré a la mar.

María Jesús

 

sábado, 1 de julio de 2023

 


 Fotografía de Junior Teixeira


El divino pirata

 

El informático se cruzó de brazos. Veríamos cómo se las arreglarían ahora aquellos estúpidos. Él, en su infinita sabiduría, cargada de experiencia, calculaba que aquel virus iba a traer cola para años.

El informático se mesó la barba blanca y larga, parpadeó su gran ojo dentro del triángulo dorado, después alargó un níveo dedo, el índice derecho, y apretó la tecla.

El virus, viajando a la velocidad de la luz, llegó a la tierra.

 

María Jesús

 

viernes, 23 de junio de 2023

 

 




De malva el ocaso

 

De malva el ocaso,

de malva y oro.

La noche se despereza,

mi mirada se pasea

por esa estrella temprana

¡Tan lejana!

María Jesús