La
venganza
El verdadero motivo por el que la bruja
Maléfica no fue invitada al bautizo de la princesa permaneció enterrado en el
olvido durante siglos; sin embargo, el verano pasado un grupo de eminentes
doctores de la Universidad de Cambridge —espoleados por sus ansías de saber y
por la necesidad de calmar sus acuciantes dudas intelectuales— decidieron
investigar los hechos, llegando a la conclusión de que la auténtica razón no
fue, como se ha venido creyendo hasta nuestros días, el ninguneo a que fue
sometida la hechicera al no ser invitada a la ceremonia del bautismo. No,
señores, a Maléfica el bautismo se la traía al pairo ―se han encontrado pruebas
fehacientes de que ella profesaba unas creencias animistas ligeramente
emparentadas con la religión judía y aderezadas con unas gotas del islamismo
más puro―. La razón tuvo su origen en algo tan prosaico y humano como los
celos.
Al parecer, la hechicera (una
real hembra, a juzgar por los dibujos de la época) mantuvo relaciones adúlteras
con el monarca. La reina, que era bastante rencorosilla, ―según anotación al
margen de una página del diario íntimo de una de sus damas de compañía, hallado
por casualidad en una casa rural de Formentera―, prohibió terminantemente a su
esposo que invitara aquella «arpía» al bautizo de su hija.
Maléfica, que no pertenecía a
la clase de bruja que se deja poner diques, se disfrazó y se coló en el evento.
Como tenía cierta tendencia a dar la nota ―valiosa información ésta, que ha
sido transmitida de padres a hijos durante generaciones hasta llegar a nuestros
días― esperó el momento de más expectación y, vengándose de la madre en la
hija, lanzó una maldición a la inocente criatura. Al cumplir los quince años,
Aurora (que así se llamaba la pequeña) entraría en un estado de sopor que le
duraría toda la eternidad.
Los años fueron pasando y la
niña creció: consentida e impaciente, y sin dar palo al agua, como corresponde
a cualquier princesa que se precie. Cuando llegó el día de su decimoquinto
aniversario, sus padres, que habían echado en saco roto la maldición de
Maléfica, tiraron el palacio por la ventana e invitaron a todos los habitantes
del reino: hechiceros, nobles y plebeyos. Todos ellos, bien aleccionados por un
bando real que les conminaba a llevar un regalo por cabeza, llegaron con sus presentes
y los colocaron juntos sobre una gran mesa alargada.
Aurora, con la boca chica,
—según la información extraída del dietario del chambelán de palacio por dos de
los eruditos investigadores— dijo aquello de: «¿Para qué os habéis molestado?
Si no hacía falta», y acto seguido empezó a desenvolver regalos como una posesa. El
último fue un pequeño objeto luminoso y sonoro que, al parecer,
funcionaba con un chip y una tarjeta prepago. Fuentes fidedignas, consultadas
por los sesudos doctores de Cambridge, afirman que la princesa lo tomó en sus
manos con un cierto asombro, pero rápidamente quedó subyugada por él y empezó a
teclear en el aparatejo. Sus padres se miraron consternados y, aunque no hay
constancia de ello, es de suponer que con toda probabilidad en aquel momento se
les vendría a la memoria la taimada maldición.
Según consta en las
conclusiones finales del docto artículo universitario: las carcajadas de
Maléfica se estuvieron oyendo por todo el reino durante un par de semanas, cosa
nada extraña si se tiene en cuenta su tendencia al histrionismo, y a que el
reino era más bien de dimensiones chiquitajas.
María Jesús
Ja ja. Yo tb me río. Muy princesa, pero no la habían preparado para caer en la trampa de las pantallas.
ResponderEliminarJa, ja pues ya ves. Asignatura obligada en las escuelas la ponía yo. Métodos para no caer en la pantallitis. Besos
EliminarMe ha gustado tiene humor y critica con esa delicada forma que tu tienes de escribir. Un abrazo de letras amiga querida
ResponderEliminarMuchísimas gracias, amiga. Un abrazo grande, grande
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