sábado, 31 de diciembre de 2022

 



Es Navidad, doña Eulalia

 

Doña Eulalia observaba el ir y venir de aquellas chicas —nunca recordaba sus nombres— por las distintas habitaciones. Una cantaba una tonada dulce, que a doña Eulalia le atravesaba la piel como si las notas fueran de agua. La canción, que hablaba de campanas, caminos y nieves —fuera aquello lo que fuera— porque tampoco la anciana conseguía ponerles cara y ojos a esas palabras, le hacía cosquillas en la memoria, como un ratoncillo que se paseara por ella.

Una de las chicas vestida de rosa claro iba colocando cintas de colores brillantes por todas partes, hasta le enredó una en el respaldo de su silla de ruedas. Doña Eulalia se echó hacia adelante para dejarla hacer, y luego le dio las gracias, como si le hubiera puesto bien la toquilla.

Observó que otra bajita, que vestía igual que la primera, andaba colgando objetos brillantes y redondos en el inmenso abeto. La anciana recordaba bien que ese era el nombre de aquello grande, alto y verde que habían puesto por la mañana junto a la puerta de la entrada del edificio porque, desde que aquellos muchachos fuertes y sonrientes lo habían traído, la palabra circulaba de boca en boca como un secreto a voces, y su olor había teñido de un frescor nuevo todo el aire del edificio.

Sin darse cuenta, doña Eulalia empezó a hacer palmas, como si algo venido de muy lejos, atravesara sus venas y llenara de luz su sangre.

Sintió risas a su alrededor, y la chica bajita se le acercó con una de aquellas bolas brillantes en cada mano.

—Es Navidad, doña Eulalia —le dijo poniendo una de ellas sobre su regazo.

La anciana sonrió y se miró en aquel espejo redondo, que le devolvió la mirada de una niña desconocida que quedó atrás, perdida para siempre en el tiempo y la memoria.

                                                                                  María Jesús

 

 

lunes, 19 de diciembre de 2022

 



El corazón

 El corazón

ama de llaves de mi vida,

ordena cada uno de mis actos.

Con decisión dirige,

la ubicación de las llaves,

—normalmente—

en equivocadas cerraduras

                                                 María Jesús

                                            

 

 

 

martes, 6 de diciembre de 2022

 



Seleccionado en el Certamen Javier Tomeo.

Publicado en «Cultura y compromiso», abril 2019

 

Responsabilidad

 

No soy una persona con suerte. Es más, diría que la diosa Fortuna pasa de mí como de la mierda. Estoy convencida de que a mi costa se debe de dar más de un atracón de risa.

No tuvo bastante con salvarme de la súpermega explosión de todos los «ones» habidos y por haber, y dejarme aquí como el último ser vivo de todas las galaxias —porque con la que se lio, dudo que ni de la estrella más lejana quede un átomo en el firmamento—, que, encima, la única compañía que tiene a bien cederme a perpetuidad es este armatoste de caoba. Este empalagoso y aburrido saco de jadeos, que no para ni un instante, y que desemboca, con irritante puntualidad, en tozudos pistoletazos huecos.

¿Para qué narices, me pregunto una y otra vez hasta hacerme sangre en las neuronas, me puede servir a mí, último habitante del universo, este asqueroso reloj de pared suizo que marca con tal precisión las horas, los minutos y los segundos?

Y lo peor, es que no pueda dejar que se ahogue en su silencio, consciente de que sus latidos son ahora, únicamente responsabilidad mía, le doy cuerda cada tres días.

María Jesús

 


viernes, 25 de noviembre de 2022

 

          


Finalista en el certamen de la Universidad Popular de Almansa año 2020

 

Mala espina

 

Mis padres dormían la siesta. No sabían nada, aquello era un secreto, así lo habíamos convenido, y los secretos no se deben explicar a nadie. Sobre todo, aquel.

Salí de puntillas, sin hacer ruido, me costó un poco alcanzar la manilla, pero lo conseguí.

Una vez en la calle, corrí hasta el coche que ya me esperaba con una de las puertas delanteras abierta

Mi vecino me sonrió y me dijo que estaba muy guapa.

¿Cómo podía decir papá que era un tipo raro una persona tan amable?

¿Qué más daría que no mirara a los ojos cuando hablaba? y ¿por qué eso le daba mala espina?  Fuera lo que fuese eso de la mala espina. Yo sabía de muchos de mi clase que tampoco miraban a los ojos cuando hablaban y no eran más raros que otros que sí miraban.

Me acomodé en el asiento junto a él y empecé a imaginar nombres para el perro que me había prometido. Me había explicado que era de una camada de la perra de un amigo suyo que vivía en las afueras. Yo podría escoger al que quisiera de los cinco cachorritos. Ahora tenían dos meses, me dijo, y también que todos eran machos. Sabía que ni a mamá ni a papé les haría gracia, pero cuando lo vieran en casa, lo aceptarían, estaba segura.

 Mamá diría que habría que darle algo de comer y papá diría que solo se quedaría una noche, pero yo sabía que enseguida se encariñarían con él.

 Hacía calor en el coche, le pregunté al vecino que por qué no encendía el aire, pero me explicó que estaba estropeado, luego permanecimos un rato callados. Él conducía silbando una cancioncilla y yo pensaba en mi perro. De pronto me volvió a decir que estaba muy guapa y me pasó un brazo por los hombros, yo me retiré un poco y le dije que el volante se debía de coger con las dos manos. Él sonrió y retiró el brazo, pero poco después noté su mano, grande y peluda como una araña, sobre mi rodilla, y me aparté todavía más hacia la ventanilla.

Intenté volver a pensar en el cachorro que pronto sería mío, pero me costaba mucho concentrarme.  Su mano de araña subía por mi pierna, y yo se la intenté apartar y me apreté más hacia la ventanilla, por el rabillo del ojo vi que él ya no sonreía y noté que empezaba a respirar muy fuerte, como si estuviera enfadado, y de pronto entendí lo que quería decir papá cuando hablaba de mala espina.

María Jesús

domingo, 13 de noviembre de 2022

 






Tarde cobriza

 

Oro, verde, niebla,

la lluvia sigue, sin fuerza,

cayendo,

plata gris,

sobre los cementerios

de piedra

                                                  María Jesús

 


jueves, 3 de noviembre de 2022

 



Las meditaciones de doña Agustina

 

Doña Agustina y don Martín son un matrimonio mayor, mayor tirando a viejo, que bordean ya los ochenta. No tienen hijos, pero si un par de canarios anaranjados que no cantan, aunque les dan trabajo y les distraen.

Doña Agustina es una mujer sencilla, sin estudios, pero con gran imaginación y pocos problemas. Sin embargo, le da mucho al cabolo, demasiado según su esposo, que vive ignorante y feliz en su mundo de petancas, paseíto y televisión.

A veces, especialmente cuando ha cenado más de la cuenta, ha ingerido dosis extra de noticias, o ha visto alguna película fantástica, a las que es muy aficionada, doña Agustina se despierta sudorosa en mitad de la noche y empieza a mezclar ideas y a reflexionar:

«Y ¿no será que los extraterrestres malos, malísimos, somos nosotros, los que vivimos aquí tan ricamente con agua corriente y lentejas y contenedores llenos de desperdicios?»

Luego se da media vuelta en la cama, le da un pellizco rutinario a su marido para que pare de roncar y continua sus elucubraciones:

«Y ¿no será que vamos poco a poco chupando hasta la médula a los otros dos mundos?, esos que dicen que viven por debajo de nosotros. Lo mismito que el bicho aquel con más ojos que cabeza que salió en la película de ayer».

Y doña Agustina se da media vuelta y, otra media, esperando que llegue el amanecer y vuelva su rutina de cocina, limpieza y quehacer diario que la distraiga de sus tonterías nocturnas.

De un tiempo acá, también ha empezado a tener los tan manoseados déjà vu de los que habla la gente, aunque ella los llama: «¡Ay, leche!». Cuando esto le sucede le corre un escalofrío por la inclinada columna vertebral que casi se la endereza.

Hoy cuando ha salido a comprar al mercado ha tenido unos cuántos «¡Ay, leche!»., que ha hecho que pase una mañana de lo más reflexiva. Así que a la hora de comer está en plena forma.

—¿Tú crees, Martín, que esto es el infierno? —pregunta a su marido a la hora de comer.

Su esposo la mira un segundo y luego vuelve los ojos al plato.

—¿El cocido? —pregunta, y llena de garbanzos su cuchara.

—No, hombre, no. El mundo, la tierra —dice Agustina meneando la cabeza.

—Según —dice el marido sin comprometerse, porque conoce a su mujer.

—Se me ocurre que, a lo mejor venimos de otro planeta, venimos cuando nos morimos, claro…

—Claro —asiente Martín intentando dar caza a un trozo de jamón que nada por su plato.

—.. y si hemos sido rematadamente malos pues toca venir aquí a este mundo de locos a pasar una temporada en el infierno —dice, y después continúa embalada recordando la mañana en el mercado —, o a lo mejor ya hemos vivido aquí antes y, por eso lo de reconocer a personas o lugares sin venir a cuento…—explica— ¿Tú qué piensas? —pregunta con entusiasmo echando el cuerpo hacia adelante.

Pero Martín es hombre poco reflexivo, que ni siente ni padece, y se ha pasado la vida viéndolas venir. Así que se encoge de hombros.

—¡Qué bueno te ha salido hoy el puchero, Agustina! —la alaba acto seguido, con la esperanza de cambiar de tema.

Su mujer suspira y clava la vista, por clavarla en algún sitio, en un almanaque que cuelga en la pared. Martín toma nota mentalmente de no dejar que su esposa vuelva a ver películas de ciencia ficción, A ver si todavía van a tener un disgusto, que el cabolo juega malas pasadas y, si se usa mucho se desgasta, se dice, y se le escapa un eructillo mal disimulado.

María Jesús

 

 

viernes, 21 de octubre de 2022

 



Tarde de domingo

 

No estás ni siquiera en lunes, pero ya se ha ido el domingo.

Cada cual cubre esas horas cómo puede.

La maestra, desganada, corrige rutinarios ejercicios.

El alumno los perpetra en última convocatoria.

El adolescente, en solitario, rasguea una tonada en cualquier lugar del mundo.

El que trabaja en la calle se sumerge en el último partido deportivo que le pasan por la tele.

El que trabaja en casa acaba la colada infinita, y piensa en la cena inminente.

La niña se oculta en el cuento o el juguete para no recordar la escuela del día siguiente.

La actriz da la última función de la semana y suspira, cansada, al caer el telón.

El basurero se viste para salir a la rutina oscura y maloliente de la noche.

Los jóvenes preparan maquillaje, maletín y sonrisa para ir a comerse el mundo nuevamente, escondiendo miedos y rutinas en el vientre.

La prostituta barata busca un cliente que le llene la barriga y le vacíe, un poco más, los sueños.

El drogadicto decide por enésima vez que este atardecer será su última dosis de luz.

El suicida recoge todas las velas de su voluntad para llegar al lunes.

El enfermo espera alargar, al menos hasta el martes, esa baja salvavidas de náufrago en el mar de los empleos fracasados.

Y mi gato…mi gato calla y dormita, y ni tan solo sabe que se está yendo el domingo y, que ni siquiera es lunes todavía.

María Jesús

 

 

 

miércoles, 12 de octubre de 2022

 



Complejos

 

Es extraño, hoy todavía no nos hemos cruzado. La verdad es que me da igual, bueno igual no, mejor. No me gusta cómo me mira, siempre igual, no por encima del hombro porque yo soy más alta, pero sí con ese aire de superioridad. Ahora, que sí cree que voy a bajar la mirada está listo...

    Ya ni sé cuánto tiempo hace que nos encontramos por este paseo, siempre a las mismas horas. Él con el rubio ese que le acompaña, el fortachón, que camina unos pasos por detrás y, que va siempre hojeando el diario ¡qué maleducado! Al menos, María y yo vamos siempre acompasadas y en un discreto silencio.

    Me da rabia cuando echa hacia atrás la melena rojiza y mira hacia los lados a ver si alguien se fija en él. Es un presuntuoso, un chulo barato.

   Se creerá que, porque es atlético y tiene esos enormes ojos almendrados de color miel, nos trae a todas de cabeza. Claro que hay algunas... por ejemplo: la menudita aquella de los rizos, siempre que lo ve se pone como tonta, y anda que sabe disimular; el otro día sin ir más lejos casi empieza a perseguirlo, suerte que su amiga, que ya se la ve más sensata, le dijo cuatro cosas y la detuvo. ¡Qué poco orgullo, por Dios! con especímenes así no me extraña que se lo tenga creído.

    Ahí viene, me haré la despistada. Yo como si no lo viera. A fin de cuentas, las calles están llenas de melenas rojizas y de ojos marrones.

    Ya está, ya ha torcido por la otra calle. Pero hoy, hoy me ha mirado a los ojos. Creo que le gusto, mi instinto no suele fallar. Esperaré a ver si mañana se decide y me dice algo, porque le gusto, eso, seguro.

    Y bien mirado, es normal que le atraiga. Yo no estoy nada mal, aunque me sobren algunos kilos y me haga falta ir ya a la peluquería a que me corten estos pelos. Lo que me pasa es que con tanto anuncio de sílfides y tanta mala leche que se gastan algunos y algunas, mi autoestima anda por los suelos.

    Venga, Luna, valor. Porque, bien mirado: ¿qué tiene un setter irlandés, por muy musculoso que sea, que no tenga una dulce San Bernardo algo metidita en carnes?

María Jesús

 

 

 

 

sábado, 1 de octubre de 2022

 


 

Tarde

 

Tarde sonrosada,

delicadamente echada,

suspira sostenida

por las primerizas sombras

El cielo se va cubriendo,

pausadamente de estrellas,

y un aroma de violetas

viene cabalgando el aire,

En la hoja de una acacia

se marchita, presurosa,

la última luz del día

La brisa borra perfiles,

y una montaña azulada

se desvanece en silencio

María Jesús

 

martes, 20 de septiembre de 2022

 

Seleccionado en el Certamen Javier Tomeo.

Publicado en «Cultura y compromiso», noviembre 2019

 



No todos los caminos conducen a Roma

 

Rucita llegó a casa de la abu con la lengua fuera. Abrió de un empujón la puerta y se dirigió a la cocina; allí depositó el paquete de comida que había recogido en el banco de alimentos. Luego le dijo a la anciana que, una vez más, había conseguido rehuir la orden de desalojo. Esta vez, explicó, le dio a aquel feroz secretario judicial las señas de la nueva casa de ladrillo, aquel chalet de súper lujo en el que ahora vivía el director general del Holding financiero.

María Jesús

 

miércoles, 7 de septiembre de 2022

 





No hago otra cosa que pensar en ti

 

…Siempre igual se me van a dormir las manos de tanto sujetar el revólver y con este frío debemos estar a menos de diez grados bajo cero que no me ha dejado ni cenar con el apetitoso olorcillo que salía del puré de guisantes y la merienda, debo reconocer que la tarta de arándanos le ha salido exquisita pobre señora Hudson, pero debe andar ya por mi intestino delgado… ¡Diantre qué frío!… calla, si llevo mi petaca algo de brandy habrá en ella o yo no soy hijo de mi madre sí ¡Ah esto es otra cosa! reconfortaría a un muerto claro que él te dice vaya usted al páramo a vigilar ¡Vaya novedad! que ya tendrá noticias mías ahora ¿Cuándo? no se sabe cuando el milord quiera tendré que esperar las señales de humo de su apestosa pipa ¡Cretino patilargo! como él es un genio los demás mortales por más que hayamos estudiado en Oxford y estemos licenciados en medicina ¡Al cuerno! voy a echar otro traguito que si yo hablara como el caso aquel en que se pasó toda una tarde dale que te pego con el violín y ya iba a echar mano de sus porquerías ¿Cómo había entrado en la casa el asesino de Chippendale? Y la pobre doncella venga a intentar explicárselo burro zoquete larguirucho que la llave estaba bajo la maceta de la entrada señor lumbreras que la podía coger cualquiera que lo supiera anda y que le den morcilla escocesa no siento los dedos un espasmo vascular me temo y eso que llevo guantes de piel rácano maldito rácano estúpido que él a embolsarse el dinero y yo ni un penique eso sí el generoso para Navidad con sus mejores deseos unos guantes de lana ¡bah! ¿Quedará más brandy? suerte que rellené bien la petaca voy a zapatear un poco para entrar en calor ¡Olé! Ji, ji ¡Uy! la cabeza me da vueltas será el frío… elemental, elemental y un rábano para él creído más que creído voy a comprobar el revólver ¡Diablos! Para mí el peligro y para el patilargo reseco la fama…con esos ojos tan sagaces ¡Uy sí! ¡ja! miope perdido es lo que está el muy cretino ¡Upa!  casi me caigo me sentaré un ratito a riesgo de que las posaderas se me congelen, venga otro traguito a tu salud drogadicto maniático anda que el día en que se empeñó en lo del suicidio callen y dejen pensar al genio del razonamiento y yo venga a decirle que no que era imposible que a ver cómo se va ahorcar un paralítico que encima está ciego manda bemoles la cosa el cabezón si es que porque soy un caballero con más paciencia que un santo ¡Por san Jorge! Parece que se oye algo no diantre son mis tripas que suenan como su violín ji, ji ¡Ay el señor se pone melancólico porque no hay casos! claro que luego cuando los hay está el tonto de Watson para ir a pasar frío por esos páramos de Dios ¡Maldición! Se me ha acabado el brandy y el majadero este sin venir que vendrá cuando le salga de la mismísima gorra… lumbreras anoréxico del demonio…

                                                                                      María Jesús

 

 

domingo, 28 de agosto de 2022

 



¿Dónde estuve yo

ayer o hace mil años?

Fui, tal vez, la sombra soterrada

de una estrella?

Tal vez…

¿Dónde estuve yo

ayer o hace cien años?

Fui, quizá, la estela extinguida

de un cometa?

Quizá...

¿Dónde estuve yo

ayer o hace diez años?

¿Fui, acaso, el sordo sonido

de un relámpago?

Acaso…

¿Dónde estuve yo

ayer, hoy mismo, ahora?

¿Siendo un leve hilo de luz

en tu memoria?

Tan leve… 

                                                 María Jesús

 

jueves, 18 de agosto de 2022

 




 2º premio de humor

certamen Nou barris 2018

 

El juego

… Si no hubiera sido por mi costumbre de limpiar los cristales cada tarde a la misma hora, una es vieja y tiene sus manías, inspector… por eso y por la posición de mi piso, claro; ya ve usted que vivo en el ático del edificio central. Lo escogí así porque me gustan las alturas, aunque algunos piensen que fue por controlar mejor a los vecinos: se cree el ladrón… ¿verdad, usted?

Ya veo que tiene prisa, pero prefiero explicárselo aquí que ir a comisaría. Ya sé, ya sé que no es costumbre…y, aunque sea por mi edad, hijo ¿no puede hacer una excepción? ¡Qué amable es usted! ¿un café no querrá? ¿o cómo está de servicio no puede? Total, los muertos ya no se van a mover, claro que en vida ya se menearon bastante, sobre todo ella. Y que conste que yo cotilla no soy, pero bueno, aquí veraneamos siempre los mismos y nos conocemos todos. El caso es que yo dale que te pego con mis cristalillos, que están como un jaspe, ya lo ve usted…. Y cuando miraba hacia su bloque la veía levantar el auricular cada día a la misma hora y luego lo colgaba de golpe, como si diera un portazo, que yo pensaba: Así tratas a las cosas, igual que a las personas. Que te hablaba así que ponía los morros como si fuera a hinchar un globo. ¡Más tonta leche era la pobre! siempre dándose aires y subida en los andamios esos, que con mis pies hubiera dado… mire, inspector, mire que juanetes, que parecen las pezuñas de una vaca… pero no, la condenada, que Dios la tenga en su gloria, siempre encima de esos tacones que no sé cómo no se caía y se rompía la crisma… y que los llevaba todo el día puestos, ¡eh! hasta para andar por casa, que cuando se echó el último novio, un muchachote de color como se dice ahora, de color negro, para ser cabales, que parecía el hombre un armario de azabache, y yo fui a darle una carta, que el cartero, ¡más torpe que un cerrojo, el pobre!, había echado en mi buzón, allí estaba ella con los tacones y el biquini, ¡Señor! Una mujer con espolones que ya andaba más cerca de los sesenta que de los cincuenta, no me extraña que el marido… por lo que yo sé una bellísima persona, muy sencillo, que te ayudaba con la compra si te veía cargada o te sujetaba la cancela de la entrada para que pasaras, claro que eso era antes, que al cabo de un tiempo el hombre cambió y ya no saludaba y tenía siempre una mirada áspera  y si le sonreías te hacía una mueca como si se hubiera pasado el zumo de un limón por la cara y, claro, ya la verja ni rozártela para que pasaras ¡Hay qué ver cómo cambian las personas! Una pena, la verdad. Sí, sí, ya sigo, ya. Pues claro que me pareció raro que estando separados él hubiera alquilado el apartamento de enfrente, pero yo lo que no es asunto mío, pues… al principio no caí en que siempre que ella cogía el teléfono, él también tenía el auricular levantado ¡ah, y los prismáticos colgados al cuello! que parecía que jugaban. Casualidades, me dije, pero después de una semana empecé a atar cabos. Igual ella no le dejaba acercarse y él la telefoneaba y ella le colgaba; hay hombres así, sin pizquita de orgullo…. pero cuando le vi abrir la cristalera con el teléfono en una mano y la pistola en la otra, le juro que me quedé con las patas colgando, pero entonces, inspector, la vi a ella agacharse rápida como una centella, que pensé: de esta se troncha: claro que igual se había quitado los zapatos de tacón y por eso iba más ligera…. Sí, sí, ya sigo, ya… el caso es que la mujer se levantó al momento y con otra pistola en la mano, lo que yo le diga, inspector, cada uno con su pistolita desde lejos y los prismáticos colgados, que parecía que iban a cazar perdices… luego se oyeron dos taponazos, como si brindaran y ya, casi al mismo tiempo, se cayeron igual que dos sacos ¡plaf! y ¡plaf! ¿qué? bueno, no, eso no lo oí, pero me lo imagino porque una vez que mi prima Engracia, que tiene azúcar, se mareó y se cayó al suelo hizo ese mismo ruido: ¡plaf!  Claro que lo suyo fue solo un plaf, al ser soltera y caerse solo ella… aunque el suyo Igual valía por dos porque la prima Engracia pasa de los cien kilos…

En fin, inspector, no sé qué más puedo decirle. No avisé enseguida porque primero esperé a ver si se levantaban, el uno o la otra, pero no, allí no se movió ni la cortina y, en confianza, hijo, luego me acerqué un momento al comedor y me eché una copa de orujo para pasar el susto, uno muy bueno que me traen del pueblo, y después se conoce que con los nervios ¡qué malos son los nervios, señor! pues se me olvidó el número de la ambulancia y el de ustedes. ¡Qué lástima! Si hubiera avisado antes igual los hubieran salvado… Ah, pues me alegro, bueno quiero decir que me quedo más tranquila, inspector, si ya estaban los dos fritos, poco podía haber hecho yo ¡un alivio, hijo!

No, yo miedo no pasé, no señor, ni pizca, si parecía una película de esas de la tele… Ay, qué lástima… con lo bonita que es la vida… ¿sabe qué, inspector? A mí esos dos me dan mucha pena. Sí, ya sé, ya sé que se mataron a tiros y a sangre fría, pero para odiarse así, ¡ay, inspector! usted es que es un chiquillo, pero créame, para odiarse así, antes se tiene que haber querido mucho, se lo digo yo que soy gata vieja.

María Jesús

 

 

miércoles, 10 de agosto de 2022

 




Receta de verano

 

Tomemos un amanecer dorado y añadámosle unas pintitas de rojo sandía y de verde uva. Lo acaloramos bien durante unas horas —mejor las del mediodía— y, una vez bien soñoliento y pesado, lo abanicamos de naranja y azul. Lo dejamos reposar, más o menos, hasta el atardecer y, luego lo impregnamos bien con aroma de jazmín y hierbabuena.

Hay quien también le añade unas gotas de sal marina y, otras personas que prefieren aliñarlo con verdes briznas sombreadas de frescor.

Se decida lo que se decida y, aunque suele salir una gran cantidad, es conveniente consumirlo pronto porque a la que nos descuidemos se evaporará como una nube.

María Jesús

 

 

 

jueves, 28 de julio de 2022

 





 Algunas mañanas de primavera

 

Clara entró en la habitación y subió con energía la persiana de la ventana. Era el único cuarto vacío de la casa, en ella su esposo, Jorge, quería instalar un estudio —era arquitecto—, y aseguraba, con su exageración habitual, que necesitaba «como el aire» aquel espacio.

Bueno, igual eso ahora tendrá que esperar, pensó Clara. Se aflojó el cinturón de la bata y acarició, muy lentamente, su vientre.

Aquello había llegado por sorpresa. Un fallo, sin duda. Ella sabía que no era el mejor momento, si es que alguna vez había «mejor momento» para eso, reflexionó con una media sonrisa.

Jorge y ella llevaban poco más de seis meses viviendo juntos. Él estaba empezando en la empresa, y lo que ella ganaba en las clases que daba en aquella academia de medio pelo, apenas si alcanzaba para llegar a fin de mes.

Se sentó con cuidado en el suelo de la habitación y el frío que despedían los mosaicos la relajó. Acababa de empezar mayo, pero el calor ya era plomizo. Se adivinaba un verano largo y pegajoso. Contó con los dedos: mayo, junio… nacería para enero, igual que el año, tal vez como un regalo de reyes. Eso si nacía, claro, se dijo, y se le escapó un pequeño suspiro. Todavía no le había dicho nada a Jorge, primero quería estar segura. En menos de diez minutos lo sabría, Julia, su amiga, le había dicho que aquella prueba era fiable al cien por cien.

Miró alrededor. Era una habitación pequeña, pero luminosa. A aquella hora de la mañana un sol mantecoso parecía extenderse por todo el cuarto dejando en el aire olor a vida y a inicio; ese olor que solo tienen algunas mañanas de primavera.

Clara empezó a imaginar la disposición de los muebles, los colores…

Aquí, junto a la ventana, pensó, debería de ir una mecedora de madera, armoniosa y dulce, tal vez pintada de un amarillo esponjoso. Al lado la cuna, segura, pero cálida, que hiciera juego con una cómoda bonachona y generosa que iría pegada a la pared.

En el centro de la habitación pondría un caballito balancín, rojizo y con pecas, de esos de cartón piedra. Colgado del techo un móvil con una musiquilla armoniosa y azul que ayudara a dormir. Las paredes las vestiría de vainilla o mejor, decidió, de varios colores, como un arco iris; las ventanas con una cortina ligera, fresca, rosada o tal vez, dudó sonriendo, azul celeste.

Clara no se dio cuenta de que la sonrisa que se le iba dibujando en el rostro era una sonrisa que pertenecía a otra persona. No era la sonrisa de la Clara niña, ni de la Clara mujer; era una sonrisa desconocida, nueva, recién nacida.

Se levantó despacito y miró una pared, allí pondría el reloj; redondo, con muñecos; un reloj de esos en los que el tiempo no pasa, solo juega.

En cuanto al sexo, se dijo alzándose levemente de hombros, le daba igual niño o niña. Pero los nombres no. Los nombres los tenía elegidos desde que era pequeña y jugaba con sus muñecas: Elena, si era niña; Pablo, si era varón. Bueno, se dijo sintiéndose un poco culpable, a lo mejor Jorge también querría opinar sobre ese tema.

Consultó su reloj de pulsera, se levantó, y se dirigió apresuradamente al baño.

Al cabo de unos minutos regresó; se ajustó el cinturón de la bata y bajó lentamente las persianas. Poco a poco sintió como todas las tareas pendientes de aquel día volvían de la sombra y tomaban posiciones en su mente, presta y ordenadamente, hasta apagar por completo aquella luz de primavera, que por unos minutos se había colado en la habitación vacía.

María Jesús

 

 

 

 

 

 

jueves, 14 de julio de 2022

 




Quejas húmedas

 

 

—Aquí me gustaría a mí ver al panzudo del genio de la lámpara o a la yaya gordinflona de la varita ¡Me cago en Neptuno! Corriendo voy a realizar los deseos que pedís, ¡pandilla de bárbaros! Que os pasáis el día lanzándome monedas y haciéndome chichones en la panza. Que vivo en un ¡ay!

¡Me cago en Vulcano! Y encima con este dolor de cabeza: «cling, cling», taladrando mis entrañas, por no mencionar la herrumbre, el reuma, y este olor a óxido día y noche…

Y, el antiguo pozo de los deseos seguía quejándose y quejándose, pero nadie lo escuchaba porque el ruido de monedas al chocar contra sus aguas tapaba su empañada voz.

María Jesús