2º premio de humor
certamen Nou barris 2018
El
juego
… Si no hubiera sido por mi costumbre de limpiar los
cristales cada tarde a la misma hora, una es vieja y tiene sus manías,
inspector… por eso y por la posición de mi piso, claro; ya ve usted que vivo en
el ático del edificio central. Lo escogí así porque me gustan las alturas,
aunque algunos piensen que fue por controlar mejor a los vecinos: se cree el
ladrón… ¿verdad, usted?
Ya veo que tiene prisa, pero prefiero explicárselo aquí que
ir a comisaría. Ya sé, ya sé que no es costumbre…y, aunque sea por mi edad,
hijo ¿no puede hacer una excepción? ¡Qué amable es usted! ¿un café no querrá?
¿o cómo está de servicio no puede? Total, los muertos ya no se van a mover,
claro que en vida ya se menearon bastante, sobre todo ella. Y que conste que yo
cotilla no soy, pero bueno, aquí veraneamos siempre los mismos y nos conocemos
todos. El caso es que yo dale que te pego con mis cristalillos, que están como
un jaspe, ya lo ve usted…. Y cuando miraba hacia su bloque la veía levantar el
auricular cada día a la misma hora y luego lo colgaba de golpe, como si diera
un portazo, que yo pensaba: Así tratas a las cosas, igual que a las personas.
Que te hablaba así que ponía los morros como si fuera a hinchar un globo. ¡Más
tonta leche era la pobre! siempre dándose aires y subida en los andamios esos,
que con mis pies hubiera dado… mire, inspector, mire que juanetes, que parecen
las pezuñas de una vaca… pero no, la condenada, que Dios la tenga en su gloria,
siempre encima de esos tacones que no sé cómo no se caía y se rompía la crisma…
y que los llevaba todo el día puestos, ¡eh! hasta para andar por casa, que
cuando se echó el último novio, un muchachote de color como se dice ahora, de
color negro, para ser cabales, que parecía el hombre un armario de azabache, y
yo fui a darle una carta, que el cartero, ¡más torpe que un cerrojo, el pobre!,
había echado en mi buzón, allí estaba ella con los tacones y el biquini,
¡Señor! Una mujer con espolones que ya andaba más cerca de los sesenta que de
los cincuenta, no me extraña que el marido… por lo que yo sé una bellísima
persona, muy sencillo, que te ayudaba con la compra si te veía cargada o te
sujetaba la cancela de la entrada para que pasaras, claro que eso era antes,
que al cabo de un tiempo el hombre cambió y ya no saludaba y tenía siempre una
mirada áspera y si le sonreías te hacía
una mueca como si se hubiera pasado el zumo de un limón por la cara y, claro,
ya la verja ni rozártela para que pasaras ¡Hay qué ver cómo cambian las
personas! Una pena, la verdad. Sí, sí, ya sigo, ya. Pues
claro que me pareció raro que estando separados él hubiera alquilado el
apartamento de enfrente, pero yo lo que no es asunto mío, pues… al principio no
caí en que siempre que ella cogía el teléfono, él también tenía el auricular
levantado ¡ah, y los prismáticos colgados al cuello! que parecía que jugaban.
Casualidades, me dije, pero después de una semana empecé a atar cabos. Igual
ella no le dejaba acercarse y él la telefoneaba y ella le colgaba; hay hombres
así, sin pizquita de orgullo…. pero cuando le vi abrir la cristalera con el
teléfono en una mano y la pistola en la otra, le juro que me quedé con las
patas colgando, pero entonces, inspector, la vi a ella agacharse rápida como
una centella, que pensé: de esta se troncha: claro que igual se había quitado
los zapatos de tacón y por eso iba más ligera…. Sí, sí, ya sigo, ya… el caso es
que la mujer se levantó al momento y con otra pistola en la mano, lo que yo le
diga, inspector, cada uno con su pistolita desde lejos y los prismáticos
colgados, que parecía que iban a cazar perdices… luego se oyeron dos taponazos,
como si brindaran y ya, casi al mismo tiempo, se cayeron igual que dos sacos
¡plaf! y ¡plaf! ¿qué? bueno, no, eso no lo oí, pero me lo imagino porque una
vez que mi prima Engracia, que tiene azúcar, se mareó y se cayó al suelo hizo
ese mismo ruido: ¡plaf! Claro que lo
suyo fue solo un plaf, al ser soltera
y caerse solo ella… aunque el suyo Igual valía por dos porque la prima Engracia
pasa de los cien kilos…
En fin, inspector, no sé qué más puedo decirle. No avisé
enseguida porque primero esperé a ver si se levantaban, el uno o la otra, pero
no, allí no se movió ni la cortina y, en confianza, hijo, luego me acerqué un
momento al comedor y me eché una copa de orujo para pasar el susto, uno muy
bueno que me traen del pueblo, y después se conoce que con los nervios ¡qué
malos son los nervios, señor! pues se me olvidó el número de la ambulancia y el
de ustedes. ¡Qué lástima! Si hubiera avisado antes igual los hubieran salvado…
Ah, pues me alegro, bueno quiero decir que me quedo más tranquila, inspector,
si ya estaban los dos fritos, poco podía haber hecho yo ¡un alivio, hijo!
No, yo miedo no pasé, no señor, ni pizca, si parecía una
película de esas de la tele… Ay, qué
lástima… con lo bonita que es la vida… ¿sabe qué, inspector? A mí esos dos me
dan mucha pena. Sí, ya sé, ya sé que se mataron a tiros y a sangre fría, pero
para odiarse así, ¡ay, inspector! usted es que es un chiquillo, pero créame,
para odiarse así, antes se tiene que haber querido mucho, se lo digo yo que soy
gata vieja.
María Jesús