sábado, 21 de diciembre de 2024

 




7 febrero

Tocaba dentista infanto-juvenil, y Jordi doblaba turno. Muchas veces he pensado que mi marido está desaprovechado. Seguro, que si lo llevara a un casino de Las Vegas, hacía saltar la banca.

Nuestra dentista de familia, la doctora Giménez, es una mujer gordita y animosa; nos recibe siempre en su consulta como si nos hiciera pasar a la cocina de su casa a tomar un chocolate con churros, pero luego se emplea a fondo con nuestras dentaduras, con una mirada brillante en sus ojos, que ya querría para él Hanibal Lecter. Sandra tenía revisión de los bráquets; los lleva desde hace tres años, unos transparentes que costaron un ojo de la cara, pero por no causar traumas adolescentes, nos apretamos el cinturón y aquel año nos quedamos sin vacaciones. A Martí había que hacerle un empaste, y al pequeño Leo le van controlando los dientes de leche, que parece que aún no quieren moverse. Mi pequeña tropa, al grito de: «Abre grande, abre grande», ha ido pasando por la consulta, y yo, entre uno y otro, he ido parloteando con otra madre que estaba sentada en la sala de espera. Nos hemos puesto al día en cuestiones dentales de nuestros respectivos vástagos, y ambas hemos coincidido plenamente en que estos tratamientos, de cualquier tipo o duración, los debería cubrir la Seguridad social; y ya puestas, hemos coincidido en que la pasta dental, los colutorios y los kiwis, también. No recuerdo cómo hemos llegado al tema kiwis, pero lo hemos hecho. Seguramente hubiéramos llegado más allá, si la doctora Giménez no hubiera acabado con los niños. La mujer y yo nos hemos despedidos con un sentimiento de simpatía mutua, y ella me ha sonreído animosamente cuando me ha visto sacar con tristeza la visa para pagar a la recepcionista, que con una blanca sonrisa de anuncio —le deben de hacer precio especial en el tratamiento láser― me ha dado cita, con la indiferencia de las mujeres sin hijos, para dentro de un par de meses.

(…)

Diario de una mujer del extrarradio (fragmento), Pérez Barrios, María Jesús Edit. Círculo Rojo, 2024.

De venta en Amazon, Libros. CC, Buscalibre, El Corte inglés, FNAC, La Casa del libro… (Bajo demanda)

Fotografía: Laker

 

 

martes, 10 de diciembre de 2024

 




Elecciones

 

El pájaro se hizo hoja para saborear la firmeza del tronco y sentir así su pertenencia a la tierra. La hoja se volvió pájaro para volar bajo el azul del cielo y saborear la libertad de viajar sin rumbo.

El árbol estiró sus raíces bajo tierra y el cielo azul expandió sus nubes, mientras ambos sonreían escépticos y comprensivos.

 

María Jesús

 

 

sábado, 30 de noviembre de 2024

 



Diario de una mujer del extrarradio

(fragmento)

 

6 enero

No sé bien cómo se empiezan estas cosas, pero yo lo haré por el nombre. Mi nombre, heredado de mis abuelas por partida doble, es María Isabel, aunque con esa manía tan nuestra de alargar los nombres cortos y acortar los largos, todos me llaman Isa. Hoy comienzo a escribir este diario, básicamente por dos motivos:

Primero: porque me lo ha regalado mi cuñada, y yo soy persona de aprovechar las cosas.

Segundo: porque mi amiga Bea, la soltera, mi hija mayor: Sandra, y algún psicólogo de los de la tele me han dicho, ―bueno, el psicólogo no me lo ha dicho personalmente, pero yo me he dado por aludida―, que escribir en él relaja mucho, y hace que relativicemos cuando se ha tenido un mal día o incluso un día normal.

Así que allá voy.

Hoy, festividad de los santos y mágicos Reyes, hemos tenido la última reunión familiar del buen rollo navideño. Se adivina que esta vez ha tocado en casa: padres, suegra, abuela, hermanos, cuñada, sobrinos, hijos y, catatónico marido, alrededor del dulce nido navideño de los Hernán-Cestillo. En total catorce almas con sus cuerpos y todo. Faltaba mi cuñada Maite, hermana de mi marido, que andaba de viaje, la pobrecilla (no sé si entre letras se puede leer el sarcasmo) ¡Ah!, me olvidaba de escribir que al sarao también asistió Sirius, el perro de casa ―mil leches en un cuerpo―, y Barbie, la gata.

Una pensaría que teniendo tres hijos, Sandra de 14, Martí de 10 y el pequeño Leo de 6, en cuestión de mañanas de Reyes para mí todo está inventado, pero no es así. No me dejan de sorprender siempre las caritas anhelantes de los niños (y esposo), ante los regalos desordenadamente puestos bajo el árbol. Aunque ahora el único que desconoce el secreto sea el pequeño, —y quizá Sirius, que no se entera mucho—, los demás no le van a la zaga a estos a la hora de las exclamaciones y de rasgar ruidosamente los papeles de regalo.

(…)

María Jesús

miércoles, 20 de noviembre de 2024

 




Alas

Seleccionada en Microrrelatos SUR IV Premio Pablo Aranda: textos del 31 de agosto

 

Dicen que está loca, pero yo no lo creo.

A la hora del recreo siempre explica que al nacer no es una palmada en el trasero lo que nos dan, sino que nos cortan unas pequeñas alas que tenemos en la espalda. «¿Quién iba a llorar tan fuerte solo por dos cachetillas de nada?», nos pregunta desafiante.

Y yo no digo nada, y coreo las risas de las otras, intentando acallar el runrún de las dos pequeñas cicatrices casi invisibles que, debajo de mis omoplatos, se rebelan y escuecen una vez más.

 

María Jesús

 

 

 

lunes, 11 de noviembre de 2024

 




A veces, como ayer tarde

 

A veces, como ayer tarde,

la primavera renace

en pleno mes de noviembre

tiñe de color la estancia

el ocre se vuelve verde,

se hace encarnado el castaño

y el crepúsculo violeta

se convierte en azulado

A veces, como ayer tarde,

la primavera renace ...

¡Y echa flor el corazón!

María Jesús

 

 

 

miércoles, 30 de octubre de 2024

 




Las visitas de doña Elisa

 

Desde que cumplió los ochenta, cada domingo, sobre las cinco, doña Elisa salía de casa y empezaba su ronda de visitas. Iba, por riguroso orden de consanguinidad, a ver a sus familiares, mayormente sobrinos, porque los hermanos ya habían fallecido. Doña Elisa, ciertamente, había sido siempre una persona avanzada que había vivido en el futuro, sin por ello alardear o darse pisto. Toda su vida había sido una mujer precavida y ordenada en todos sus quehaceres. Nació, creció, maduró, enterró al padre y luego a la madre y, finalmente, a un par de hermanos que la precedían en edad.

En cuanto llegaba el otoño preparaba el invierno; el primer día de primavera ya sacaba la ropa de verano. Organizaba su despensa con el esmero de un cocinero en un barco de guerra; así que a primeros de mes, ya sabía lo que cenaría el último día de este; la sola presunción de una sombra sobre su ropa, conducía a esta directamente al lavadero; ante el primer golpe de tos, ya se preparaba la medicación para una posible y taimada gripe que, tal vez, anduviera ya en camino. Era mujer, también, de dejar sus labores acabadas; tanto daba que fuera la última página del capítulo de la novela que anduviera leyendo, la última vuelta del tejido de una bufanda o el último plato, y a menudo el único, por recoger de su cocina.

La mujer acababa de cumplir los ochenta y cinco años, así que eran cinco ya los años que llevaba ejerciendo la dulce tarea de despedirse de sus seres queridos, por si la muerte tomaba atajo y la sorprendía durmiendo en el presente.

Eso sí, al salir de casa, doña Elisa nunca olvidaba su paraguas, porque el clima de aquel pueblecito del norte era de lo más informal. Nunca sabía una cuando cambiaría; y, una cosa era morir, y otra pillar una pulmonía.

María Jesús

 

domingo, 20 de octubre de 2024

 




La rebelde

Seleccionada y publicada en el Certamen Javier Tomeo. Revista “Compromiso y cultura”, octubre 2024 (Imagen: Trinity Kubassek)

 

Cada noche igual. Después de tenerlas a todas contadas las empiezo a trasquilar. Primero una, luego otra…esperando que el sueño me venza antes de que me salgan callos en las manos de tanto tijeretazo arriba y abajo. Pero cuando llego hasta el último grupo, allí está ella: frescachona, rizosa, pizpireta... me levanta el dedo corazón de su pezuña derecha, esmaltada de rojo amapola, y salta la valla en sentido contrario. Me dice que una cosa es que consienta en el recuento y ayudar así a un pobre insomne y, que otra muy distinta, es que se deje trasquilar y yo obtenga beneficios a su costa.

Y, bebeando, rebelde y cantarina, se aleja de mi alcance.

 

María Jesús

 

jueves, 10 de octubre de 2024

 






Otoño

 

Algunos días de otoño,

entre las cuatro y las cinco,

se citan:

el sol de la tarde

y la plaza vieja

A veces, viene también,

amable, amarilla y dulce,

una ráfaga de viento

y luego les sirve un té

que sabe a melancolía

 

María Jesús

 

 

lunes, 30 de septiembre de 2024

 




Los primeros okupas

 

Estaba yo escuchando a medio oído las noticias de la tele cuando, ante las imágenes casi cotidianas de un desahucio, me dio por relacionar cosas, ya saben aquello de que una oliva te lleva a la aceitera y la aceitera al salero y el salero a la cocina y pasas a recordar que aún tienes los platos por fregar. En fin, cosas mágicas y a veces puñeteras que tiene la mente.

El caso es que del desahucio me fui a los okupas, aunque por lo que recuerdo los desahuciados eran una familia con dos niños, gato y lavadora, o sea como cualquier otra. Como iba diciendo la asociación, —aleatoria e inocente, por supuesto—, me llevo a pensar que los primeros okupas, o unos de los primerísimos de la historia, fueron los admirados colonizadores, y con ellos no hubo Dios ni banco capaz de poder echarlos hasta que decidieron irse, cuando les vino en gana.

Eso sí, no se fueron, como los de la tele, con lo puesto, un par de bolsas, el gato, los niños y la lavadora, no, señora; ellos arramblaron con todo lo que había de valor en la casa okupada

Y dejaron los trastos viejos para disimular los agujeros que habían hecho en las paredes durante su ocupación, o tal vez, fue porque el servicio de recogida de muebles y reciclaje todavía no se había inventado. Lo que me recuerda que aún no he bajado la basura al contenedor.

¡Ay, qué ver! los caminos de la mente como se bifurcan, a lo tonto y a su antojo.

María Jesús

 

sábado, 21 de septiembre de 2024







En un principio fue el agua

 

En un principio fue el agua

y creó la tierra,

en un principio fue el aire

y creó al sol,

en un principio fue el pez

y creó al ave,

en un principio fue el hombre

y creó a Dios

                                                                   María Jesús

 

 

 

martes, 10 de septiembre de 2024

 




Sospechas

 

Desde que mi hermana menor vio «La sirenita» en la televisión, decidió no salir de la bañera, y, por no contrariarla, el resto de la familia hacemos vida en el cuarto de baño; nos lavamos en palanganas y nos alimentamos de sardinas.

Mi madre, la pobre, anda siempre tan ocupada acarreando barreños, pasando el mocho y yendo a la pescadería, que no se ha dado cuenta de los colmillos que le han ido creciendo a mi padre desde que hace un par de días pasaron «Drácula, príncipe de las tinieblas», en la sesión de tarde. Pero yo, que tengo más tiempo libre, sí que me he percatado del detalle, y ando preocupado. Ayer, sin ir más lejos, cuando regresó de la oficina traía puesta una larga y negra capa de satén, que levantó mis sospechas.

Esta tarde me pasaré por la carpintería, a ver si hay alguna oferta en estacas y martillos.

 

María Jesús

 

 

 

sábado, 31 de agosto de 2024

 




Crear

 

La niña, sentada en un banco de la plaza, mira fijamente el cielo salpicado de nubes grandes, chicas y medianas

Las nubes van tomando las formas que ella ordena sin hablar:

Un castillo lejano de ribeteadas almenas como puntillas rojizas, que se esconde detrás de una colina…

Un gato gordo y blando de bigotes largos y afilados como espinas…

Un barco verde y blanco que va surcando los mares azul celeste del cielo…

Una casa grande y alegre puesta sobre la hierba y cargada de ventanas, con una chimenea gris, igual que un dedo torcido señalando el firmamento…

El rostro serio y pecoso de un niño que juega con las canicas… o ¿tal vez es una niña la que juega?

El humo redondo y perezoso que va dejando atrás un tren rojo y que llena el aire de añoranzas…

La niña entorna los ojos, afila la mirada y sonríe. Quiere más.

Saber quién habita en el castillo…

Hacia dónde corre el tren…

Cómo se llama el niño o la niña de las pecas… qué va a pasar en sus vidas…

¿Vive gente en esa casa… muchos… pocos… o tal vez esté encantada…?

Tendrá dueño aquel gato grande y gordo o quizá se ha perdido y alguien lo anda buscando…

 

A qué isla llegarán los náufragos del barco… si es que finalmente el cielo descarga una tormenta persistente y violenta sobre el mar que anda surcando…

La niña sigue sentada en el banco de la plaza, igual que una pequeña diosa con poder para crear y dirigir los destinos. Cruzar, quebrar, cambiar, equivocar o, simplemente, borrar lo creado.

Es pequeña, aún no lo sabe, pero la afilada semilla de colores ha tomado posesión de su mente y de su alma.

Si sigue observando las nubes y les va insuflando vida, con el tiempo y el oficio, esa niña será, tal vez, escritora.

María Jesús

 

 

 

 

miércoles, 21 de agosto de 2024

 




Polvo eres…

 

«Polvo eres y en polvo te convertirás», canturreaba Teresa, cada día de Dios, mientras trajinaba por aquellas salas anchas y cuadradas, seguida por la quieta placidez de las miradas de célebres personajes.

Estaba convencida de que sus palabras le otorgaban un plus de divinidad a su quehacer diario.

Al acabar, con el mismo respeto con el que un sacerdote coloca el cáliz y la patena en el sagrario, Teresa guardaba el plumero y las gamuzas en el pequeño armario de los útiles de limpieza del museo.

María Jesús

 

sábado, 10 de agosto de 2024

 




Esperanza

 

Mientras que con constancia

su rosa riegue la niña

y el abuelo, esperanzado,

arranque las hojas secas

de un geranio

Mientras él trasplante la menta

de un tiesto a otro

y ella elija

la planta al ramo

Mientras haya quien huela el aire

en primavera

y alguien que guarde

en su memoria

el dulce olor que tras la lluvia

tiene la tierra

Mientras mirando un árbol

recuperemos la infancia

y nos quedemos

—súbitamente—

callados

al contemplar una flor…

no morirá la esperanza

María Jesús

 

 

 

 

martes, 30 de julio de 2024

 



El álbum

 

—Tengo ya muchos cromos en el álbum. Algunos me han salido repetidos varias veces; de entre estos, he conseguido intercambiar, por los que me faltaban, un buen número; otros, sin embargo, no ha habido manera de lograrlos. Ahora han retirado la edición. Ha quedado obsoleta o, eso dicen. Supongo que al final todos abandonamos la colección sin haberla completado.

Y el viejo cerró con resignación la tapa de su álbum, quiero decir que murió.

María Jesús

 

sábado, 20 de julio de 2024

 




Coordenadas

 

A veces las coordenadas coinciden

Y cae certero el fulgor

sobre el canto de una flor

Entonces…

 a una le da por pensar

que igual no está todo perdido

y que hay seres

que se dejaron el alma

en dar a luz un paisaje,

un verso,

un lienzo o una canción,

y que hay otros

que han dedicado sus vidas

a una idea,

 a un sueño,

 a cuidar de un perro,

o de un árbol

Sí, de vez en cuando,

las coordenadas coinciden

María Jesús

 

 

miércoles, 10 de julio de 2024

 




“No la toques ya más…”

 

Abre despacio el cuerpo, que lo contempla inerte, desvalido en su silencio y, no sin dudas, pero con pulso que intenta ser firme, recoloca, vacía, arremanga sus entrañas, pule, estira, llena, gira, escucha la pulsación… hasta que siente el latido, preciso, nunca perfecto.

Lo mira con frágil satisfacción y, pasa a su siguiente… obra.

María Jesús

 

 

 

sábado, 29 de junio de 2024

 


                                                 "Susan Savenstock", autora: Nelly Harvey

Unos guantes de rejilla

A Rosalía le regalaron unos guantes blancos. Unos guantes de rejilla, llenos de diminutos agujeros. Eran de algodón y fue él quien se los trajo de uno de sus viajes. Se los dio un atardecer, el mismo en que ambos se juraron amor eterno. Rosalía los guardó en uno de los cajones de su enorme armario de caoba.

Los enamorados vivían en una ciudad portuaria, él era marino mercante y realizaba largos viajes a tierras lejanas, pero eso a Rosalía no le importaba, pasaba sus ausencias tejiendo ajuares y, mirando y remirando una foto de color sepia en la que su amor aparecía de pie, mirada al frente, esbozo de sonrisa e uniforme de gala.

Un verano, él partió hacia unas colonias lejanas, y Rosalía lo despidió desde el viejo puerto gris, agitando su mano y acallando las quejas de su corazón.

Los días pasaron, los meses también y las cartas se fueron haciendo cada vez más escasas, como si les costará cruzar el mar.

A finales de la primavera volvió el barco, pero él no regresó. Un compañero de alma caritativa, se apiadó de Rosalía, y le dijo que su prometido había fallecido de fiebres tifoideas en una pequeña isla en la que habían desembarcado. Pensó que la verdad la lastimaría más, que mejor una mentira piadosa que le permitiera guardar intacto el recuerdo de su amado; porque, a fin de cuentas, pensaba, el que quedó allí casado con otra mujer, era, debía de ser ya, otro hombre.

Rosalía lloró, con un desconsuelo que le duró muchos meses, aquel amor de juventud. Nunca supo la verdad de lo sucedido, ni jamás volvió a enamorarse, aunque sí se casó, esta vez con alguien de tierra firme con el que tuvo un par de hijos y una hija.

Al correr de los años, Rosalía, ya viuda, y con los hijos viviendo lejos de ella, vendió su casa familiar y regresó al hogar de su infancia y juventud, en la gris ciudad portuaria, y allí vivió, cuidada por un par de viejas criadas, hasta el fin de sus días.

Cuando falleció, quizá por una broma del destino, de fiebres tifoideas, un par de nietos viajaron hasta aquella ciudad para deshacer la casa. Al vaciar el armario, grande y de caoba, de su dormitorio, encontraron perdidos detrás de un cajón una foto picada por los años y par de guantes de rejilla, apenas sin usar, pero ya amarillentos y resecos. Como una rosa que se hubiera marchitado sin que nadie conociera su fragancia.

María Jesús

 

 

 

jueves, 20 de junio de 2024

 




Todo es fácil hoy

 

Todo es fácil hoy:

Descifrar el lenguaje de una estrella,

hacer collares de arena,

vivir en paz,

Todo es fácil hoy:

hacer florecer naranjos bajo el mar,

apagar con un soplo las tristezas,

resucitar a los muertos,

Todo es fácil hoy,

Danzar en la punta de una aguja,

Cabalgar una gaviota,

Limpiar de maldad el planeta

Todo es fácil hoy

Todo…

menos volverte a ver

otra vez

 

María Jesús

 

 

martes, 11 de junio de 2024

 



Preferencias

 

En casa éramos muchos. Demasiados. Mamá, entre colada y puchero, siempre decía que no se acostumbraba a compartir tan poco espacio entre tantos.

Hacía años, el abuelo se había enfadado con mis padres, especialmente con mamá, y los había echado de casa. «Una casa, explicaba mamá, inmensa y colorida, llena de árboles, plantas agradecidas y animales obedientes, no como estos, se quejaba observando a su alrededor». «En aquel lugar todo estaba al alcance de la mano, solo tenías que desear algo para tenerlo en el momento», suspiraba. Pero el abuelo era un tirano cascarrabias y consentido y, por una rebeldía de juventud, se había puesto hecho un basilisco y había expulsado de aquel paraíso a mis padres.

A mamá no le caía bien el abuelo. A papá no sé, porque nunca decía nada, él solo trabajaba y sudaba. Mamá también sudaba y trabajaba, pero se quejaba.

Al nacer nosotros, los primogénitos, ambos del mismo parto, el abuelo, que en teoría no veíamos, pero que siempre estaba rondando por casa, ojo avizor, tomó partido por mi hermano. Cuando pasaron los años y llegamos a la edad adulta a él le regaló un hermoso rebaño de cabras y ovejas y a mí un paquete de semillas de tomates, y ahí te las compongas.

Mi madre se quejó de la injusticia, mi padre no dijo nada y mi hermano corrió a sacrificar un corderillo en honor del abuelo, que ni siquiera comía carne, bueno, ni nada, pero esa es otra historia.

Todo aquello me enfureció, pero callé y me fui a plantar mis semillas. Con el correr de los años, mi hermano, en su carrera de peloteo máximo al abuelo, fue sacrificando a diferentes criaturas del rebaño, ante las quejas de mamá, el silencio de papá y la sonrisa omnipresente del abuelo.

No sé si esto será un atenuante, pero un día en que las llamas del altar donde sacrificaba a sus animalillos, alcanzó una parte de mi sembrado y dio al traste con mis matas de tomates, se me hinchó la vena del cuello, tomé mi hacha y maté a mi hermano, ese asesino en serie de ovejas y cabras.

Lo demás es historia —sagrada—.

 

María Jesús

 

jueves, 30 de mayo de 2024

 




Energía renovable

 

Muchos años después, en la era de la energía eólica, cuando el valeroso caballero volvió a enfrentarse a los perversos molinos de viento, le sorprendió sobremanera la escualidez de estos.

―¡Vive Dios!, mi buen Sancho —exclamó— que estos gigantes malandrines se han quedado en puro aire.

—Mire vuesa merced, que los tiempos cambian —meneó la cabeza el escudero—. La lozanía y hermosas lorzas por las que antaño se suspiraba, ahora se han tornado antiguas, y se gastan más las siluetas refinadas como aquestas —explicó Sancho con paciencia.

—Así será, amigo Sancho —convino el caballero—. En verdad, las gorduras y los untos nunca hicieron bien a nadie —afirmó reflexivo, más luego, aguzando la vista, exclamó—: pero, ¡Por todas las barbas de cuántos caballeros en el mundo han sido! Diría que estos flacos desalmados, entre mudanza y demora, andan mancados de un brazo.

Y, viendo lo desigual de la lucha, optó por retirarse.

 

María Jesús